Que el voto nos haga libres

Cualquier prebenda o pequeña dádiva se desvanecerá en una sociedad al borde del colapso.
Otra vez los fanáticos nos dicen que hay que votar bien, invitándonos con eufemismos a no ser como bestias por no ver las cosas exactamente como ellos las ven. Esa gente piensa que nunca ha votado mal, ni cuando lo hicieron por Moreno, por Lasso o por quien sea, porque jamás piensa hacia adentro. No cabe un examen de conciencia entre los elegidos por la clase o por el caudillo.
Debemos separar esas palabras, “votar bien”, de la militancia electorera y trasladarlas a la acción cívica. Es natural que tengamos un favorito, o al menos unos ideales al que alguno se asemeje, por el cual debemos hacer campaña. Pero votar no debe ser solamente el acto de elegir a un gobernante.
La participación en la democracia debe ser un proceso de construcción del ciudadano. Al votar debemos enseñarnos a discernir como ciudadanos libres, responsables y solidarios. En eso se deciden nuestros destinos no por un periodo, sino por generaciones. Solo un buen ciudadano puede votar bien y ese ciudadano piensa con independencia, debate con tolerancia y persigue el bien común sobre el particular.
La independencia se alcanza escuchando críticamente a los candidatos. La forma más sencilla de ejercerla es usando fuentes oficiales o de buena reputación para contrastar las cifras y acusaciones que se han venido lanzando. Esto puede sonar como una obviedad, pero aquí ni los comentaristas hacen la más sencilla “investigación”, si se le puede llamar así a una búsqueda en Google.
Las fuentes y los estudios suelen tener sesgos y la información no siempre es transparente. Para superar esto hace falta salir de nuestras burbujas, debatir con quienes piensan distinto, no para convencer ni ser convencidos, sino para alcanzar la verdad que es tan ajena a las voces partidistas, cuyas urgencias se pasan por encima de ella y de la ley.
La verdad tiene que tener un fin. El mejor candidato tiene que ser el mejor para algo. La vara con la que debemos medirlo no debe ser egoísta, porque el egoísmo solo sirve a los poderosos que pueden sobrevivir en un país fallido o migrar con facilidad. Cualquier prebenda o pequeña dádiva se desvanecerá en una sociedad al borde del colapso.