Claudia Tobar: La soledad de la hiperconectividad
Solo así volveremos a conectarnos desde los gestos y no desde los emojis
Un adolescente de 16 años envía en promedio 417 mensajes de texto al día y recibe 835. Nunca en la historia hemos estado tan comunicados como ahora. ¿Qué hay detrás de esta hiperconectividad? No solo los jóvenes, todos nosotros, detrás de nuestras pantallas, estamos atrofiando nuestra capacidad de conectar realmente.
Hemos desarrollado preferencia por los mensajes de texto en lugar de las llamadas. Vivimos en un mundo donde para llamar a alguien primero hay que pedir permiso, pues hacerlo sin preguntar puede ser percibido como descortés. Preferimos enviar mensajes de voz antes que hacer una llamada, creyendo que así somos más eficientes y vamos directo al grano.
Esta preferencia se oculta tras la falsa sensación de control que brindan estos tipos de comunicación. Cuando enviamos un mensaje de voz podemos borrarlo y volver a grabarlo hasta que suene perfecto; controlamos su duración y el momento en que queremos escuchar la respuesta del otro. Estas interacciones planificadas y calculadas que dan una falsa sensación de control nos han hecho perder la capacidad humana de improvisar, de cometer errores, de interrumpir para contar un chiste o incluso de no saber exactamente por qué nos llama la otra persona. Estas destrezas poco a poco se van perdiendo, haciéndonos cada vez más antisociales, pese a los mensajes que no paran de llegar en grupos de WhatsApp o los amigos que se acumulan en redes sociales.
Las personas, en general, están desarrollando más fobia social y perdiendo la capacidad de conectar en vivo, de leer un mensaje corporal o interpretar un gesto. La inmediatez que crea la hiperconectividad nos empuja a ser menos tolerantes a dedicar tiempo a una amistad; el silencio nos incomoda.
Llenamos cada espacio de silencio con la compañía del celular, viviendo vidas ajenas en redes sociales. Aunque soy una gran promotora de la tecnología y conozco su potencial para el desarrollo, reconozco sus riesgos de abuso. Es irónico que estando tan hiperconectados exista una sensación tan generalizada de soledad. Forcémonos a volver a entablar una conversación con un extraño, a llamar sin pedir permiso, a evitar el mensaje y preferir la llamada. Solo así volveremos a conectarnos desde los gestos y no desde los emojis.