Premium

Ana Palacio: Implicaciones mundiales de la elección iraní

Avatar del Columna Internacional

La elección presidencial ha podido mitigar el riesgo, hasta cierto punto

En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Irán el candidato reformista Masoud Pezeshkian ganó los comicios contra el ultraconservador antioccidental Saeed Jalili. Pero el mundo debería prestar atención: en un momento de tensiones profundas y alianzas cambiantes, estos resultados resonarán en toda la región -y más allá-. El trasfondo de la elección es complicado. La muerte del presidente iraní en accidente de helicóptero ocurrido en mayo, sumada a la falta de un sucesor obvio, agravó profundas fisuras internas en un país marcado por la protesta popular. Empujado por una intensa presión pública, el Consejo de Guardianes iraní permitió que se presentara un único candidato moderado, Pezeshkian; pero el líder supremo, ayatolá Alí Jamenei, ha buscado debilitar su candidatura, y el gobierno iraní sigue dominado por fundamentalistas. Los iraníes en su mayoría boicotearon la primera vuelta; menos del 50 % participó en la segunda. El panorama regional también se caracteriza por la confusión. En política exterior, por un lado los líderes iraníes desean algo parecido a la estabilidad regional para facilitar la transición política y ayudar al país a enfrentar las sanciones occidentales. Por otro, Irán sigue siendo miembro comprometido -inspirador- del Eje de la Resistencia, que incluye a Hizbulá en Líbano, los hutíes en Yemen y Hamás en Gaza, y tiene por objetivo eliminar a Israel, expulsar a EE. UU. de Medio Oriente y alterar el orden mundial liderado por Washington. Esta tensión se manifestó en la cuidadosa contradanza diplomática que ejecutaron Irán, Hizbulá e Israel en los meses que siguieron a la invasión israelí de Gaza. Pero el anuncio del primer ministro israelí Netanyahu de planear reducir operaciones en Gaza y trasladar fuerzas a la frontera con Líbano, hace más probable el conflicto. Medio Oriente recientemente parecía ir en dirección a un statu quo hasta cierto punto más estable. Los Acuerdos de Abraham (2020 con patrocinio de la Casa Blanca) normalizaron la relación de Israel con algunos estados árabes. Esto facilitó la decisión de EE.UU. de pivotar su atención de Medio Oriente a otras prioridades de política exterior (contención de China y desde 2022 apoyar la defensa de Ucrania contra Rusia). Pero la guerra Israel-Hamás trastocó el incipiente nuevo equilibrio y generó enfrentamientos en toda la región. El año pasado Irán restauró relaciones diplomáticas con varios estados árabes y mantiene estrechos vínculos con Rusia, que comparte su objetivo de socavar el dominio mundial de Occidente. Pero no es probable que ni siquiera Pezeshkian asuma el riesgo político de buscar acercamiento con EE. UU., sobre todo por la creciente posibilidad de un regreso a la Casa Blanca de Donald Trump. La posibilidad de que el próximo presidente iraní intente llegar a un nuevo acuerdo nuclear con la comunidad internacional es prácticamente inexistente. Por ahora, es posible que Irán decida perpetuarse en el umbral nuclear para amenazar con armarse a la primera provocación, pero cualquier día podría decidir hacer realidad la amenaza y fabricar un arsenal atómico. Quizá la victoria de Pezeshkian no señale el fin del Eje de la Resistencia y de sus intentos de dar por tierra con el orden mundial liderado por Occidente, pues la influencia del presidente iraní sobre política exterior es limitada. Pero tal vez genere una ocasión para erosionar la cohesión del agrupamiento. El problema es que para aprovecharla se necesitará una estrategia coherente, algo que hoy Occidente no está en condiciones de formular.