Anders Fogh Rasmussen: Qué significa para Europa valerse por sí misma

En ámbitos que van de la inteligencia artificial y la computación cuántica a las infraestructuras críticas y la biotecnología
El orden mundial liderado por Estados Unidos, tal y como lo conocíamos, ya no existe. Mientras las placas tectónicas de la geopolítica se desplazan bajo nuestros pies, Europa se enfrenta al reto de mantener vivas sus instituciones y evitar que el mundo vuelva a una era de la ley del más fuerte, en la que acumulen poder líderes autoritarios en Washington, Moscú y Pekín. La respuesta a este desafío demanda una reconsideración radical de supuestos y creencias arraigados. No podemos aferrarnos a las viejas ortodoxias. Los europeos no podemos preservar la democracia y nuestro modo de vida apelando solamente al poder blando. Debemos prescindir de tabúes consolidados y reaprender el lenguaje del poder duro. Es la única manera de disuadir a quienes plantean una amenaza directa a nuestros valores e intereses y defendernos de ellos. Sólo para seguirle el ritmo al desarrollo militar de Rusia, Europa debe duplicar al menos su inversión en defensa. Pero aunque ejércitos más grandes y más equipados disuadirán de ataques directos, las armas y los tanques son sólo una parte de la ecuación. Si Europa limita el gasto adicional a la compra de equipos militares, se perderá la oportunidad de iniciar su propia revolución en el área de la alta tecnología. El poder duro de Estados Unidos y China se basa en la innovación tecnológica. Para defender el sistema basado en reglas, debemos reconsiderar nuestra composición comunitaria. Aunque viejos formatos como el G7 pueden seguir siendo importantes, necesitaremos nuevas formas de reunir democracias afines. Para ello, la Unión Europea debe colaborar estrechamente con sus socios tradicionales (por ejemplo el Reino Unido) y buscar relaciones incluso más estrechas con Canadá, Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Australia. También debe explorar nuevas formas de colaboración con la India. No se trata de sustituir a EE.UU., sino de asegurar la resiliencia de Europa con o sin el apoyo estadounidense. Europa ha dependido por demasiado tiempo de la energía rusa barata, de los productos chinos baratos y de la seguridad y la tecnología estadounidenses baratas. Pero esta dependencia ingenua ya no es posible. Además de movilizar recursos fiscales hacia las áreas de defensa y tecnología, Europa también tiene que forjar un nuevo contrato social. Sin abandonar aquello que nos hace europeos, tenemos que revisar algunos principios del viejo Estado de bienestar. La libertad no es gratis. La dirigencia europea debe ser honesta y franca en relación con el desafío al que nos enfrentamos y lo que exige de nosotros. Las soluciones no siempre gozarán del aprecio de la opinión pública, pero hay que recordar que hemos entrado en una era de crisis. Los europeos tenemos que contar con las capacidades y los recursos necesarios para valernos solos. Podemos aprender mucho de los ucranianos y de los taiwaneses sobre cómo crear resiliencia y pagar el precio de la libertad. Todos los años, en el marco de mi Fundación Alianza de Democracias, convoco a una Cumbre para la Democracia en Copenhague. Cuando en 2017 creé la Fundación, estaba convencido de que EE.UU. seguiría estando (como debía ser) en el centro de una alianza democrática mundial. Ahora debemos prepararnos para un mundo en el que ya no podemos fiarnos de un EE.UU. que será incluso hostil y expansionista. Las circunstancias nuevas demandan estrategias nuevas. Defender la democracia no es un deporte de espectadores. Vamos a tener que hacer algunos sacrificios, porque la alternativa es terrible. Europa tiene una oportunidad de asumir el liderazgo del mundo libre. Nuestros descendientes no nos perdonarán si la desaprovechamos.