Axel van Trotsenburg: La prosperidad exige un planeta saludable
Si el índice Gini en todos los países bajara el 2 % anual, la meta de reducir la pobreza se alcanzaría en 20 años
El progreso en materia de reducción de la pobreza se ha desacelerado casi hasta paralizarse en los últimos años. Con casi 700 millones de personas que aún viven con menos de $ 2,15 por día, el mundo está lejos del objetivo de erradicar la pobreza extrema para 2030. Al ritmo actual, llevará al menos 30 años alcanzar esta meta y más de un siglo para que todo el mundo esté por encima de la línea de pobreza de $ 6,85 por día utilizada para los países de ingresos medio-altos. Hoy, 44% de la población global está por debajo de este umbral. Un crecimiento económico tibio, la pandemia de COVID-19, los conflictos en curso y la escalada de la crisis climática han alterado -y hasta revertido- un cuarto de siglo de progreso extraordinario, durante el cual el porcentaje de la población mundial que vive en extrema pobreza se desplomó de alrededor de una tercera parte a una décima parte. Mientras que países de ingresos altos, en gran medida, se han recuperado de estos reveses, la pobreza extrema en los más pobres sigue siendo más alta que en 2019 y se espera que su crecimiento sea más débil que en los 10 años previos a la pandemia. En tanto, el calentamiento global se acelera: casi una de cada cinco personas probablemente experimente un episodio de clima extremo del que le costará recuperarse; ello exacerbará la pobreza. Según el nuevo Informe sobre Pobreza, prosperidad y el planeta, del Banco Mundial, alterar esta trayectoria exige reconocer que pobreza, prosperidad compartida y riesgos climáticos están interconectados. En respuesta, los países deben fomentar un crecimiento más rápido e inclusivo, y proteger a la gente de los efectos del cambio climático. Ocuparse de la desigualdad puede ser una misión importante para alcanzar estos objetivos interconectados. Los altos niveles de desigualdad también impiden que los menos favorecidos puedan ascender en la escalera socioeconómica, lo que los priva de oportunidades para mejorar su calidad de vida. La creación de mercados laborales que funcionen mejor, la inversión en educación y salud y el fortalecimiento de las redes de seguridad social le permitirían a la gente pobre beneficiarse del crecimiento económico. El camino por delante de cada país debería ajustarse a sus circunstancias específicas a fin de generar los mejores resultados posibles en todas estas dimensiones, gestionando al mismo tiempo las compensaciones.
Los países de ingresos medios y bajos deberían poner el foco en generar crecimiento sostenido y prosperidad compartida, y en mejorar la eficacia de políticas destinadas a impulsar el ingreso, generar resiliencia climática y mantener las emisiones de GEI bajo control. Un aumento de la inversión en mitigación climática es particularmente importante. Los países de ingresos medio-altos y de ingresos altos, responsables del 80% de las emisiones globales de dióxido de carbono, deben poner fin de inmediato a su dependencia de los combustibles fósiles y liderar la transición verde. Pero el ritmo no es lo suficientemente rápido como para limitar el calentamiento global. Poner fin a la pobreza e impulsar la prosperidad compartida en un planeta habitable exige políticas audaces, acción global coordinada y aumento significativo de la financiación dedicada al desarrollo sostenible. Esto permitiría a los países de bajos ingresos invertir en mejorar la vida y supervivencia de la población. Hoy el mundo tiene una oportunidad histórica de superar las injusticias y mitigar los peligros de la pobreza arraigada, la desigualdad sistémica y el cambio climático. No debemos echar a perder esta oportunidad de hacer un progreso significativo y duradero hacia una prosperidad generalizada.