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Enredos en redes

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"Somos fotógrafos en Instagram, sicólogos en Facebook, todólogos en Twitter, profesionales en LinkedIn, artistas en Pinterest, actores en YouTube y guapos en Tinder"

Algún día escribí, refiriéndome a mi vida de corredor, que al final del día, si pasamos todo por el mismo rasero, los igualadores de la vida son la fe, la muerte, el sexo y los tiempos exigidos para clasificar a la maratón de Boston. Si para entonces hubieran existido las redes sociales, me hubiera quedado corto en el análisis, pues son los igualadores últimos, los que le dan plataforma y voz a todo el que quiere entrar al baile.

Somos fotógrafos en Instagram, sicólogos en Facebook, todólogos en Twitter, profesionales en LinkedIn, artistas en Pinterest, actores en YouTube y guapos en Tinder. Y buena parte de lo que hacemos allí no deja de ser otra cosa que la búsqueda de validación de algún tipo, como diciendo ‘¿puede alguien, por favor, ponerme atención?’. Al punto que en ‘socialblade.com’, se puede averiguar, de cualquiera que esté en redes, su popularidad, actividad, número (ganancia y pérdida) de seguidores, entre otras cosas.

Pero ese es el lado ‘light’ de las redes. El problema se fragua en realidades mucho más severas y peligrosas, como el ciberacoso (‘ciberbullying’) o las filfas (‘fake news’) que pueden tener consecuencias peligrosas e irreversibles.

Un estudio concluye que los adolescentes que han reportado ser objeto de ciberacoso son 11,5 veces más proclives a pensar en suicidio que los que han sufrido acoso verbal (8,4 veces), y otro afirma que la mitad de los suicidios de jóvenes en el Reino Unido son consecuencia del ‘bullying’ general.

Por otra parte, Umberto Eco, en su obra póstuma, escribió: “Admitiendo que sobre 7.000 millones de habitantes del planeta hay una dosis inevitable de imbéciles, muchísimos de ellos una vez comunicaban sus desvaríos a los íntimos o a los amigos del bar -y así sus opiniones quedaban en un círculo reducido-. Ahora, una importante cantidad de estas personas tiene la posibilidad de expresar sus propias opiniones en las redes sociales. Por lo que estas opiniones alcanzan a audiencias enormes, y se confunden con muchas otras expresadas por personas razonables”. “Nadie es un imbécil de profesión -salvo excepciones-, pero una persona (...) puede, sobre argumentos en los que no es competente, o sobre los que no ha razonado bastante, decir estupideces”.

Además -hoy- la pérdida de la privacidad prácticamente se da por descontada y se la acepta como equipaje necesario para el viaje (Netflix: ‘The Social Dilemma’): “si no estás pagando por el producto, tú eres el producto”.

A los que fuimos a la escuela sin Google, y desempolvamos enciclopedias y deambulamos por bibliotecas, se nos hace todavía un tanto a contrapelo llegar a darle a todo esto su genuina dimensión. Pero eso no lo hace desaparecer.

No hay duda que las redes tienen aspectos extremadamente positivos, nacieron para ello (son los igualadores últimos). Pero guardan -como casi todo en la vida- una dualidad que las cubre también de tinieblas.

R. Wilensky nos ilumina diciendo que todos hemos escuchado aquello de que un millón de monos con un millón de teclados pudieran producir la obra completa de Shakespeare, pero que ahora, con el internet, sabemos que no es verdad... Y Mike Tyson (sí, ese Tyson) en su poco conocida sabiduría, ha dicho que las redes sociales nos han dado mucha comodidad para faltarle el respeto a la gente sin recibir un puñetazo en la cara.