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Joschka Fischer | El ataque sorpresa de Trump a Europa

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El vicepresidente norteamericano, J.D. Vance, les dejó brutalmente en claro a los europeos lo impotentes que son

Cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales estadounidenses el pasado noviembre, las élites europeas aparentemente pensaron que Estados Unidos se volvería un poco más aislacionista, un poco más nacionalista. Pero que, por lo demás, prevalecería la continuidad. Trump exigiría que Europa pagara más por su defensa, pero la OTAN -y la importantísima garantía de seguridad estadounidense para Europa- sobreviviría. Hoy, tras la avalancha de apariciones de altos funcionarios norteamericanos en las principales cumbres europeas, sabemos que aquella percepción fue un gran error. Trump quiere nada más y nada menos que una ruptura total con las reglas y alianzas que generaciones de políticos estadounidenses construyeron con esfuerzo y con éxito en las décadas posteriores a la II Guerra Mundial. A partir de ahora, Rusia, y no la Unión Europea, será el socio cercano de EE.UU. Ya no es la solidaridad de las democracias lo que cuenta en Washington, sino el acuerdo de los gobernantes autocráticos de las potencias mundiales; el poder vuelve a prevalecer sobre la ley. Esto resulta evidente en el enfoque de Trump sobre la guerra de aniquilación que Rusia está librando en Ucrania. Trump quiere ponerle fin lo antes posible en estrecha cooperación con Vladimir Putin, excluyendo a Ucrania y a sus aliados europeos. Ucrania y Europa tendrán que soportar la mayor parte de las consecuencias políticas y materiales, pero no tendrán ni voz ni voto en la negociación de los términos. Esta es la visión que tiene Trump del orden internacional: volver a las esferas de influencia, en donde las grandes potencias dictan los destinos de los países más pequeños. Es una visión que fascina a Putin y al presidente chino, Xi Jinping, porque se alinea perfectamente con su autoritarismo y ambiciones neoimperiales. El revisionismo de Trump ha colocado a EE.UU. en el camino del autodebilitamiento o incluso de la autodestrucción, empezando por la destrucción de Occidente. La OTAN hizo fuerte a EE.UU. y contribuyó de manera decisiva a la victoria de Occidente en la Guerra Fría. ¿Qué interés nacional podría estar defendiendo EE.UU. al poner a la Alianza y a Ucrania a los pies de Putin? Nada de esto tiene sentido y, sin embargo, todo era previsible. Los estados grandes y medianos de la UE deben cooperar estrechamente. La Comisión Europea debe redefinir las reglas de endeudamiento y junto con los estados miembros -e idealmente con participación de Reino Unido y Noruega-, crear un ejército europeo preparado para el combate y una industria europea común de defensa. Debería resultar evidente para todos que “seguir como siempre” es una receta para el desastre. Europa tiene el dinero, la capacidad tecnológica y las personas y empresas necesarias para asegurar su futuro, pero se le acaba el tiempo y rápido. La opción es clara: Bruselas o Moscú, libertad o sumisión. Para Europa, la respuesta solo puede ser Bruselas, la libertad. La guerra de Putin en Ucrania y la inminente traición de Trump a Ucrania demuestran lo peligrosa que es la impotencia europea. En el futuro, la paz y la libertad en el continente europeo tendrán que basarse principalmente en nuestra propia fuerza y capacidad de disuasión. Por eso debe actuar de inmediato. En el mundo de Trump no hay sustituto para el poder duro. Europa no debe escatimar costos para desarrollarlo. ¿O antes tienen que rodar tanques rusos hacia Riga y Varsovia?