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Las licencias de la utopía

Avatar del Columna Internacional

...al final, una sociedad será definida no solo por lo que pueda crear, sino por lo que se niegue a destruir. Es cierto que a grandes males, grandes remedios, pero la línea es muy fina, y la utopía admite toda clase de licencias’.

Cuando escribí aquí acerca del “inmunoprivilegio” hace unos meses, resaltaba que aquello que está de moda hoy (pedir “Pasaporte COVID” o prueba de vacunación para poder acceder a ciertos lugares o servicios) no es nuevo. En Nueva Orleans, circa 1850, la industria del algodón atrajo a muchos a establecerse en esa zona, pero la mitad de los recién llegados moría de fiebre amarilla. La ignorancia y la impotencia hicieron que la enfermedad no fuera combatida. La gente decidió convivir con el padecimiento para mantener el motor económico de la ciudad. Y como suele suceder, aparecieron los que tenían inmunidad, unos por naturaleza y otros después de enfermarse. A ellos se los llamó “aclimatados”. Ser aclimatado daba un estatus social especial, acceso al trabajo, al crédito y a cargos políticos. Se dice que los comerciantes no contrataban con no-aclimatados. La inmunidad confirió privilegios, y nació el inmunocapitalismo.

Varios países -incluyendo nosotros en alguna medida- han considerado, como respuesta a la pandemia, conferir y exigir un certificado de vacunación como un medio necesario para ayudar a que las cosas vuelvan poco a poco a la normalidad.

Aclaremos algo: el pasaporte COVID no es el equivalente al certificado de haberse vacunado contra la fiebre amarilla, que exigen ciertos países a sus visitantes. La exigencia antedicha -de esos países- no es para que no lleves allá la enfermedad, es para que no te contagies tú y la regreses a tu país.

EE. UU., por su parte, anunció en su momento que el gobierno no aprueba el uso de esos pasaportes porque son invasivos a la privacidad, y aseguró que no habrá una base de datos federal sobre los vacunados, porque podría resultar discriminatorio. Pero con el paso del tiempo, el gobierno ha pasado a exigir certificado de vacunación o exámenes periódicos con resultados negativos a los empleados federales. Hasta allí no había obligación de vacunarse. Sin embargo, recientemente, ha decidido exigir que los miembros de sus fuerzas armadas se vacunen, apelando a la necesidad de tener militares saludables y listos frente a la eventual necesidad de defender al país. Es decir, la óptica tiene un ángulo de seguridad nacional; y rechazar la vacuna pudiera considerarse el desacato de una orden. Pero para ellos vacunarse no es nuevo: los militares -dependiendo de dónde estén- ya son obligados a inocularse hasta con 17 vacunas.

Sería ideal que el mundo entero pudiese vacunarse, pero debido a la feroz diferencia que existe en la capacidad que tienen los países ricos frente a los países pobres para inocular a su gente, el pasaporte COVID (al menos en concepto) probablemente acabará siendo discriminatorio. La pregunta última (y la primera pregunta) no debería ser si podemos hacerlo, sino si debemos. Sawhill decía que, al final, una sociedad será definida no solo por lo que llegue a crear, sino por lo que se niegue a destruir. Es cierto que a grandes males, grandes remedios, pero la línea es muy fina, y la utopía admite toda clase de licencias.

Nos vamos dando cuenta poco a poco de las innumerables maneras en las que no estábamos preparados para esto; y que para sobrevivir tenemos que ir arreglando la carga en el camino... y, a veces, cruzando líneas que marcan nuevo territorio. Como decía Spock: “las necesidades de muchos sobrepasan las necesidades de pocos”.