Ma Jun: Libre comercio verde en una era proteccionista
El primer paso para hacer realidad esta visión es demostrar los beneficios económicos de un acuerdo de comercio verde
Con las amenazas del presidente estadounidense Donald Trump de aumentar aranceles a las importaciones procedentes de Canadá, China y México (lo que según sus declaraciones podría ocurrir el 1 de febrero), el mundo se prepara para grandes trastornos comerciales. El proteccionismo está otra vez de moda, y países como Estados Unidos fomentan el desarrollo interno de sectores críticos para reforzar su seguridad económica; pero el retroceso del libre comercio se acelerará bajo Trump y traerá amplias consecuencias, sobre todo para la lucha contra el cambio climático. Hay una forma sencilla de acabar con la dependencia de los combustibles fósiles: fomentar las industrias verdes (que además impulsarán el crecimiento económico y la creación de empleo) y garantizar que sus productos puedan comerciarse con la mayor amplitud posible. La apertura comercial fortalecerá esas industrias, reducirá el costo de sus bienes y servicios en la mayoría de países y facilitará la adopción de prácticas y tecnologías descarbonizadas. En un momento de aumento del proteccionismo, esto demanda instituir un acuerdo especial de libre comercio verde, con una gran reducción de aranceles y barreras no arancelarias sobre bienes y servicios que aportan beneficios medioambientales y climáticos. Ya que un marco auténticamente global estaría expuesto a que lo torpedeen una o dos economías, una alternativa sería apelar a coaliciones de buena voluntad para crear varios acuerdos más pequeños. El proceso se puede acelerar en gran medida usando como base acuerdos comerciales regionales que ya existen. El primer paso para hacer realidad esta visión es demostrar con claridad los beneficios económicos de un acuerdo de comercio verde a todos. Los países deben identificar los bienes y servicios que deben incluirse en el acuerdo. Una tercera prioridad es atraer inversiones extranjeras y transferencias de tecnología en las industrias verdes. Ello demanda un entorno de políticas más estable, protecciones para inversores y respeto de derechos de propiedad intelectual en los bloques comerciales regionales. Los acuerdos también deben abordar las barreras no arancelarias, incluso en zonas con aranceles bajos o nulos. Y es esencial que haya liderazgo y diálogo franco. En el caso de la RCEP (Asociación Económica Integral Regional), deberían liderar la búsqueda de consenso las economías más grandes (Australia, China, Corea del Sur, Indonesia, Japón) con debates que destaquen los amplios beneficios colectivos de un acuerdo, lo que será favorable a la transición justa hacia una economía con neutralidad climática, acelerará la descarbonización en los países participantes, promoverá el crecimiento y creación de empleo en industrias verdes y fomentará la confianza mutua, esencial para una cooperación más amplia en cuestiones climáticas y comerciales. Los acuerdos de comercio verde se tornan incluso más atractivos al compararlos con las alternativas que usan economías avanzadas. El mecanismo de ajuste de emisiones de carbono en frontera (CBAM) preferido por la UE, el RU y tal vez EE.UU. puede reducir las ‘fugas’ de carbono derivadas de la importación de productos desde países con normas de emisiones más permisivas, pero resulta perjudicial para los ingresos y el empleo en economías en desarrollo que exportan bienes con alta intensidad de carbono. Y no ayuda a fomentar la cooperación; las medidas unilaterales pueden provocar represalias y más proteccionismo. El CBAM castiga a países en desarrollo por no sacrificar crecimiento y desarrollo para reducir emisiones. Un acuerdo de libre comercio verde en cambio alinea objetivos climáticos con los de desarrollo, recompensa a las economías participantes por avanzar en la transición verde.