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Michael R. Strain: Los aranceles de Trump no repatriarán el empleo fabril

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Hay muchas razones para no desear que legiones de estadounidenses cosan zapatillas en las fábricas

El ‘Día de la Liberación’, el presidente estadounidense Donald Trump declaró que la imposición de elevadísimos aranceles lograría una repatriación acelerada de puestos de trabajo. Poco después, el secretario de comercio Howard Lutnick habló del “ejército de millones y millones de seres humanos que ajustan tornillitos para fabricar iPhones: ese tipo de cosas vendrá a Estados Unidos”. Por mi parte, no veo necesidad de impulsar el empleo fabril en EE.UU. Pero incluso si compartiera el objetivo de la administración Trump, seguiría muy preocupado por la guerra comercial, porque hay (por lo menos) cinco razones por las que los aranceles no conseguirán reactivar ese empleo. Restarán competitividad a los productores estadounidenses. Es común examinar los aranceles como un impuesto al consumo. Lo que no se dice tanto es que también son un impuesto a la inversión de las empresas. Algo más de la mitad de las importaciones estadounidenses corresponde a suministros y materiales industriales, bienes de capital y piezas de automóviles. Al encarecerlos, los aranceles harán más difícil para los fabricantes estadounidenses mantener precios bajos y aumentar la producción y el empleo. Además, otros países tomarán represalias que afectarán a los exportadores estadounidenses; un obstáculo más a la creación de empleo. Y aunque el presidente pueda aprobar aranceles de un plumazo, construir una fábrica (para producir automóviles, medicamentos, energía limpia o semiconductores) lleva varios años. Dada la alta dependencia de los productores estadounidenses respecto de bienes intermedios importados, los amplios vaivenes arancelarios tienen un enorme efecto desestabilizador. Una empresa que no puede prever sus costos tampoco puede determinar qué inversiones tienen probabilidades de ser rentables. No sorprende que las empresas estadounidenses hayan reducido sus planes de contratación desde la asunción de Trump. Asimismo, una reducción de la tasa de desempleo en EE.UU. respecto de la actual es improbable (al menos una reducción sostenida), ya que en los últimos años casi todo aquel que quisiera un trabajo en EE.UU. podía conseguirlo. Es verdad que hay muchas personas que están totalmente fuera del mercado laboral, pero muchas de ellas no se incorporarán a la población activa a menos que el mercado ofrezca salarios más altos. Aumentar el empleo fabril no corregirá este problema. En EE.UU., el trabajador industrial medio ya gana menos que el trabajador medio del sector servicios, y el salario medio del sector se reducirá. La guerra comercial de Trump no reactivará el empleo fabril, sino todo lo contrario, y encarecerá los bienes de consumo, frenará el crecimiento económico y aumentará el desempleo. Los aranceles degradarán el Estado de Derecho al destruir acuerdos comerciales. Y debilitarán el sistema constitucional de gobierno en EE.UU., ya que equivalen al mayor aumento de impuestos en tiempos de paz de la historia moderna, cuando subir impuestos es una facultad que la Constitución reserva al Congreso (no al presidente). Dañarán las alianzas de EE.UU. y disminuirán en gran medida la credibilidad de su liderazgo económico y financiero internacional. En defensa de la guerra comercial, muchos partidarios de Trump han señalado que es un típico caso de beneficios concentrados y costos difusos: una medida que beneficiará mucho a trabajadores industriales y perjudicará un poco a todos los demás. Pero esa afirmación es errada porque en la guerra comercial de Trump pierden todos, y los perdedores (incluidos los trabajadores industriales) perderán mucho más de lo que los defensores de Trump están dispuestos a admitir.