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Nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo

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"Minimizar el riesgo de que surjan más variantes desestabilizadoras es crucial para que los países puedan dar un giro, alejándose de la conmoción que ha destrozado vidas y medios de subsistencia"

Admitiendo que “nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo”, el G7 recientemente anunció medidas adicionales con el propósito de facilitar, un “acceso más asequible y equitativo a las vacunas, las terapias y los diagnósticos” en todo el mundo, con el fin de luchar contra la COVID-19. Sin embargo, traducir esta intención declarada en acciones efectivas requerirá de liderazgos políticos audaces dentro de los propios países y de una forma de apoyo a los países en desarrollo que vaya mucho más allá de la ayuda financiera. Acertar en lo que se debe hacer no será nada fácil, pero estos esfuerzos son esenciales si los países ricos quieren evitar vivir aislados en fortalezas teniendo una mentalidad acorde con dicho encierro. La actual desigualdad en la disponibilidad y el despliegue de vacunas es muy marcada. Según el secretario general de NN. UU., António Guterres, hasta ahora solo diez países dan cuenta del 75 % del total de vacunas contra COVID-19 que fueron administradas. En más de 130 países no se ha administrado ni una sola dosis. Frente a ello, el G7 acordó aumentar la ayuda relacionada con la pandemia a $ 7,5 mil millones e instó a que otros, incluyendo a los países del G-20 y a las organizaciones multilaterales, aumenten su apoyo a los países en desarrollo, a través del mecanismo COVAX o mediante la iniciativa Acelerador del acceso a las herramientas contra COVID-19. Tomar estas acciones es hacer lo correcto. A menos que el resto del mundo tenga éxito en la lucha contra el virus, las nuevas variantes se multiplicarán y enfrentarán a las economías avanzadas con una serie aparentemente interminable de escenarios potenciales donde todos pierden. El primero surge a partir del riesgo de “importar” nuevas variantes que aniquilen la eficacia de las vacunas existentes y causen la renovación de los espantosos ciclos de infección, hospitalización, muerte y confinamiento. Minimizar el riesgo de que surjan más variantes desestabilizadoras es crucial para que los países puedan dar un giro, alejándose de la conmoción que ha destrozado vidas y medios de subsistencia. La alternativa es adoptar un abordaje de cierre de fronteras, que sería una situación similar a encerrarse dentro de un búnker. Esta ya no es una carrera de dos competidores. Ahora todos estamos en un mismo equipo: alentando a que la inmunización gane la carrera, no solo frente al virus original, sino también frente a las nuevas variantes. Un abordaje eficaz del G7 dirigido a hacer que la vacunación sea más accesible para los países en desarrollo ayudaría a contrarrestar la opinión de que este grupo ha abandonado el escenario mundial. También es coherente con el objetivo de la administración Biden de volver a participar activamente a nivel mundial. El tiempo es esencial para poner ayuda financiera a disposición de los países en desarrollo o para donarles las dosis en exceso que tendrán los países desarrollados. Además, cuando sea necesario y se les solicite, los países miembros deben proporcionar asistencia técnica y apoyo logístico para superar las microfallas que interrumpen las cadenas de suministro locales; y el G7 debería presionar a los fabricantes de vacunas para que compartan sus conocimientos con los productores locales y para que les faciliten la adquisición de capacidades legales y operativas con el propósito de que dichos productores locales produzcan vacunas. El camino por recorrer es arduo. Habrá oposición a muchos niveles, sin embargo, por muy difícil que sea todo esto, las alternativas son aún más duras: vivir con interrupciones causadas por el virus, vivir en búnkeres nacionales, o vivir enfrentando ambas de las antedichas situaciones.