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¡Pasaba por aquí!

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"¿Qué capacidad de llegar a consensos tendría un eventual gobierno de Pérez si dentro de su propio movimiento existen divisiones irreconciliables?"

Ahora se trata de una visita casual. Como si de casualidad se tratara de ganar una elección, fuera de urnas, en citas no acordadas con jueces, en tribunales que no están sesionando. Como cuando en las marchas de octubre tan solo “pasaba por aquí”, visitando a los congresistas, a ver si por casualidad estaban trabajando, mientras el grupo que representa arrasaba la capital, destrozando lo que encontraba al paso, secuestrando policías y obligando a periodistas a cubrir sus hazañas.

Cuántos vericuetos e intríngulis para evitar responder con frontalidad, con la verdad por delante, con la honestidad que demanda el cargo al que se aspira. Aparece el infantilismo, el pensamiento mágico que busca encubrir la realidad objetiva (si acaso existe) con cuentos cuasimíticos para solapar la falta. Ante su incapacidad de articular un discurso coherente, de reunir pruebas que respalden su protesta, recurre a lo furtivo de un encuentro tan inapropiado como ilegal, que ilegitima su discurso y que tan solo muestra de forma clara y contundente que no tiene nada que reclamar. Si este es el estilo de hacer campaña, ¿cuál sería el estilo de su eventual gobierno? ¿Cómo podría pasar de la protesta en la calle, de las medidas de hecho, de las amenazas, a ejercer el poder en democracia? ¿Qué capacidad de llegar a consensos tendría un eventual gobierno de Pérez si dentro de su propio movimiento existen divisiones irreconciliables? ¿Tendrá como ministro de gobierno a los que incitan marchas en la calle, en el Ministerio de Trabajo a los que llaman al paro, en Comercio Exterior a quienes quieren exportar agua, en Finanzas a quienes quieren imprimir dinero electrónico?

Mientras esto sucede, parece que se desinfla el llaverito, quien ahora trata de desmarcarse de la sombra que lo acecha desde el ático; pasa a manejar una campaña más relajada, sintiéndose ganador, más despeinado y despreocupado, pero sin lograr disimular su sed de meter la mano en los dineros del pueblo, en las reservas del Banco Central, dineros que no son del Gobierno sino de los depositantes y de los gobiernos seccionales. Y cuando aquellos se acaben, ¡a subir impuestos!