Rivalidad sino-norteamericana: reformula el orden mundial
Hay esfuerzos de China por construir su propia arquitectura financiera global que respalde sus objetivos y compita con el FMI
Las tensiones entre Estados Unidos y China siguen ardiendo, incluso cuando la secretaria del Tesoro Janet L. Yellen, el secretario de Estado Antony Blinken y otros altos funcionarios norteamericanos visitan el país para entablar conversaciones. Ambas partes pueden no coincidir sobre la mayoría de cosas, pero mantener el diálogo es esencial en geopolítica. La interrupción de la comunicación el año pasado, tras visitas de prominentes políticos estadounidenses a Taiwán y del derribamiento por parte de EE. UU. de un globo espía chino, fue peligrosa y desestabilizadora; cuando los adversarios no interactúan, crecen las percepciones equivocadas y el riesgo de enfrentamiento. Ya avanzado 2024, queda claro que el diálogo es incapaz de zanjar las divisiones profundas. Este conflicto importante entre superpotencias va a continuar y hasta quizás empeore, en tanto las posturas sobre la guerra en Ucrania, las cuestiones de seguridad nacional y las tensiones comerciales se endurezcan hasta convertirse en una disputa de largo plazo. Las instituciones, foros y soluciones globales serán los principales perdedores en un desacople continuo entre EE.UU. y China, mientras que las alianzas regionales crecerán en importancia. El Comité Monetario y Financiero Internacional no emitió un comunicado, como haría normalmente, porque China y sus aliados se negaron a incluir una referencia a la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Los participantes de EE.UU. y Europa querían que se reconociera la guerra y su impacto. El silencio resultante fue una victoria para el presidente chino Xi Jinping y para el presidente ruso Vladimir Putin. El G20 también se ha vuelto más dividido y menos efectivo. La invasión de Crimea por parte de Rusia en 2014 abrió fisuras en el grupo, que no hicieron más que profundizarse en los años transcurridos desde entonces. En consecuencia, ha dejado de ser el principal foro para la diplomacia global. Mientras tanto, el foro ampliado BRICS+, iniciativa impulsada por China, intenta contrarrestar la influencia norteamericana, en especial ahora que EE.UU. está atrapado en lo que Graham Allison llama la Trampa de Tucídides -tendencia hacia la guerra cuando una potencia emergente amenaza con desplazar a un poder hegemónico regional o internacional. Si China va a tener éxito o no en coordinar al Sur Global no está claro. EE.UU. espera que no. Pero otros ven a BRICS+ como un nuevo paradigma económico global. La realidad está en algún punto intermedio, aunque EE.UU. parece estar cayendo en desgracia y ha respondido al creciente poder de China dando un paso atrás e intentando revigorizar el G7, grupo poco representativo que ya no es ni tan efectivo ni relevante como antes. Es necesario un foro para los aliados occidentales pero la noción de que un grupo tan pequeño como el G7 pueda defender objetivos globales en un momento de profundas tensiones y de endurecimiento de posturas es descabellado. El G7 dista de estar unido: pese a la presión de EE.UU., sus miembros no han podido ponerse de acuerdo en cuanto a decomisar los activos congelados de Rusia. Si bien aún se desconoce el impacto exacto del equilibrio geopolítico cambiante, se está volviendo un impedimento a la hora de enfrentar desafíos globales, ya sea relacionados con cambio climático, migración, enfermedades u otras crisis mundiales. Estamos ingresando en un período de relaciones en franco deterioro entre EE. UU. y China, en el que cada bando está respaldado por sus propios aliados y opera en sus propios foros internacionales. En tanto el riesgo de confrontación entre grandes potencias aumente, la ventana de oportunidad para resolver los problemas más apremiantes de la humanidad se está cerrando, y rápido.