Tobias Bunde y Sophie Eisentraut | La era de la multipolarización
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El orden internacional liberal ha beneficiado injustamente no solo a las élites nacionales
Se ha convertido en un tópico de debates de política exterior de hoy que el mundo se encuentra en los albores de una era multipolar. Es discutible que ese orden internacional llegue a surgir plenamente. Pero el proceso de multipolarización ya está en marcha y cada vez más estados adquieren la capacidad de influir en los acontecimientos mundiales. Un aspecto más preocupante de la multipolarización es que estos cambios de poder en curso han estado acompañados de una polarización cada vez mayor al interior de los países y entre ellos. Las visiones incompatibles de los gobiernos sobre el nuevo orden mundial dificultan el compromiso y la búsqueda de soluciones para los desafíos comunes. Estas divisiones son evidentes en la bifurcación cada vez más profunda entre democracias y autocracias, en especial en ámbitos políticos como derechos humanos, infraestructura global y cooperación para el desarrollo. La polarización también es visible en los nuevos agentes de poder que persiguen sus propias visiones para sus respectivas regiones. La polarización también se ha intensificado dentro de los países. Al sumir a los gobiernos en la parálisis y dejarles muy poco margen de maniobra, la polarización interna ata de pies y manos a los líderes democráticos, impidiéndoles mejorar las relaciones exteriores y reforzar la cooperación mundial. Los líderes populistas iliberales tienen pocos incentivos para ayudar a crear consenso entre los países, ya que un entorno internacional dividido encaja con su narrativa de todos contra todos. Las esperanzas y aspiraciones que muchos -en especial en el Sur Global- tienen de un mundo más multipolar no se verán cumplidas. El que está surgiendo hoy probablemente se verá desgarrado por conflictos en ausencia de normas e instituciones compartidas. En lugar de permitir a los países poderosos controlarse mutuamente e inaugurar una nueva era de relativa paz y estabilidad, la multipolaridad corre el riesgo de alimentar la inestabilidad. Parece destinada a desencadenar nuevas carreras armamentísticas y guerras comerciales y a prolongar conflictos intraestatales existentes y hasta podría sembrar las semillas de una guerra entre grandes potencias. En lugar de fomentar una gobernanza mundial más integradora, puede socavar la cooperación: un mayor número de países ejerce suficiente influencia como para alterar la toma de decisiones colectiva, mientras que el liderazgo positivo escasea. Aunque algunos esperan que este cambio fortalezca el derecho internacional al reducir la capacidad de los países occidentales para aplicar sus principios de forma selectiva, es posible que más gobiernos acaben reclamando derechos especiales para beneficio propio. El mundo necesita con urgencia despolarizar la política. Pero no está nada claro cómo conseguirlo -ni quién estaría dispuesto a hacer el esfuerzo de lograrlo-. Algunos creen que las divisiones asociadas a una mayor multipolaridad podrían superarse si las estructuras de gobernanza mundial acogieran los nuevos centros de poder. Pero otros temen que esto no sea suficiente para lograr el consenso necesario para reforzar normas comunes, mucho menos reformarlas o crear otras nuevas. Pocos gobiernos líderes de hoy han mostrado un interés genuino en diseñar un acuerdo entre grandes potencias que beneficie a la comunidad internacional en general. Muchos parecen decididos a explotar la creciente polarización de la política mundial para alcanzar objetivos internos y geopolíticos. La multipolaridad y polarización de la política nacional e internacional están profundamente entrelazadas. Un futuro mejor depende de que un mundo con más polos pueda encontrar formas de mitigar divisiones peligrosas. Esos esfuerzos deben empezar por casa.