Todd G. Buchholz: Los aliados militares tienen que ser aliados comerciales
Quien gane la Casa Blanca en noviembre tiene que estrechar el vínculo entre seguridad nacional y seguridad económica
Donald Trump y Kamala Harris coinciden en pocas cosas, pero comparten el desdén al libre comercio. De cara a la elección presidencial de Estados Unidos de 2024, Trump amenaza con un arancel general del 10 % a las importaciones, mientras que Harris ha indicado que piensa seguir los pasos del presidente Joe Biden con “aranceles selectivos y estratégicos”. El entusiasmo que mostraban los políticos estadounidenses por el libre comercio en los años 80 y 90 ha desaparecido y esto atemoriza a otros países, que saben que EE. UU. sigue siendo el socio comercial más atractivo del mundo. Los economistas libremercadistas deberían tratar de refutar la ola anticomercial con hechos. Frente al rechazo a la globalización, ¿qué principios deberían guiar la formulación de políticas? Mi propuesta es que los países que son aliados militares también deben ser aliados comerciales. En vez de cerrar fronteras, EE. UU. tiene que distinguir a los actores buenos de los malos en el escenario internacional. Desde la crisis financiera de 2008, la participación del comercio internacional en el PIB de EE.UU. ha disminuido más o menos 10 %; con su enorme mercado interno de 335 millones de personas puede soportar guerras y escaramuzas comerciales mejor que la mayoría de países. En los últimos 15 años, su PIB fue el mayor del G7. La narrativa antiglobalización parece tratar a todos los países por igual. Cuando Biden asumió el cargo, la mayoría de analistas dio por sentado que haría todo lo contrario a su predecesor. En vez de eso, continuó las restricciones comerciales, sin atención a la seguridad nacional: aumentó los aranceles a la madera canadiense y canceló el oleoducto Keystone, que iba a transportar petróleo de Canadá a refinerías de EE.UU., pero flexibilizó restricciones al petróleo iraní y liberó activos iraníes congelados por seis mil millones de dólares, que Teherán luego usó para amenazar a aliados de EE.UU. a través de sus intermediarios (Hizbulá y los hutíes). Y la política de su administración para las fronteras ha reforzado la postura anticomercial. Muchos estadounidenses piensan que si el gobierno federal no advirtió la entrada de casi un millón de migrantes en 2023, eludiendo los controles, ¿cómo confiarle 20 millones de contenedores de acero corrugado sin inspeccionar que llegan en barcos de quién sabe dónde? Puesto que el comercio aumenta la riqueza nacional es posible que los estadounidenses no quieran que ciertos países se enriquezcan. El éxito comercial puede enriquecer como soliviantar; así, tal vez una China más rica no redunde en interés de EE.UU. Quien gane la Casa Blanca en noviembre tiene que estrechar el vínculo entre seguridad nacional y seguridad económica. Hoy EE. UU. es vulnerable en muchos ámbitos. La valiosa industria taiwanesa de los semiconductores está a unas cien millas náuticas de China continental y al alcance de los catamaranes de su armada (y de sus nuevos portaviones). China y Rusia llevan la delantera en misiles hipersónicos. Representantes de Rusia e Irán en el Mar Rojo y en el Estrecho de Ormuz interrumpen el transporte comercial con sus drones cargados de explosivos. En el último año, el tráfico comercial por el Mar Rojo se redujo a la mitad; muchos barcos prefieren navegar seis mil millas más rodeando África. Las cuarentenas de la pandemia terminaron, pero las empresas aún tienen miedo a que se corten las cadenas de suministro. No hace falta convencer a nadie de que el mundo se ha vuelto más peligroso. Pero más peligroso es que la política económica de EE.UU. no diferencie entre enemistad y competencia amistosa. Se debe comerciar con quienes nos acompañan en el campo de batalla y en la defensa de la democracia.