Yana Gevorgyan | La IA por sí sola no salvará al planeta
Las comunidades indígenas llevan siglos observando el medioambiente y los ciclos naturales
La reunión del Foro Económico Mundial de Davos de este año, donde los participantes discutirán el tema Colaboración para la Era Inteligente, llega en un momento crítico para el planeta. Los ecosistemas sufren la presión del cambio climático y el equilibrio de los ciclos interconectados de los que dependen la disponibilidad de agua dulce, la humedad del suelo, la salud de los océanos y el crecimiento de las plantas se deteriora a un ritmo alarmante. Desde 1990 se han perdido al menos 420 millones de hectáreas de bosques en todo el mundo, lo que acelera la pérdida de biodiversidad y aumenta la volatilidad climática. Los recursos de agua dulce han disminuido con tanta rapidez (como resultado del aumento de temperaturas, la mala gestión de las aguas subterráneas, la intrusión salina, la contaminación, la degradación del suelo y el aumento de la densidad de población) que se prevé que en 2030 la demanda será un 40 % superior a la oferta. Y entre 1970 y 2020, la población de animales salvajes en hábitats de agua dulce se redujo un 85 %.
La paradoja es que seguimos degradando los sistemas de los que depende la vida en la Tierra, aunque conocemos su fragilidad mejor que nunca. Y en la búsqueda de soluciones, tendemos a buscar una panacea en la tecnología (sobre todo la inteligencia artificial). Pero la IA por sí sola no puede salvar el planeta. Por el contrario, debe complementar (no sustituir) las capacidades humanas, ya que es el único modo de que alcance todo su potencial.
Los modelos de IA pueden identificar patrones en los datos, pero les falta un contexto importante, porque es común que esos datos sean incompletos o sesgados. Aquí es donde entra en juego la inteligencia aumentada, que combina la potencia de los algoritmos con el conocimiento humano y la experiencia vivida, para que estas herramientas avanzadas tengan en cuenta las consideraciones culturales, económicas y ecológicas. De este modo, los humanos aprenden de las máquinas y viceversa, y se crea un ciclo de retroalimentación que genera soluciones más eficaces. La apertura alienta la confianza, lo que a su vez acelera la adopción y el perfeccionamiento de las herramientas de IA. La inteligencia aumentada debe estar en el centro de las estrategias mundiales para la conservación de la biodiversidad y la mitigación y adaptación frente al cambio climático. Para los gobiernos, esto incluye tomar medidas que conecten a los innovadores digitales con los custodios locales del medioambiente. Para las empresas, alinear las inversiones con objetivos favorables a la naturaleza y compartir el conocimiento así obtenido. Para los innovadores, crear herramientas accesibles que tengan en cuenta los contextos culturales y la opinión de las comunidades, para pasar de intervenciones centralizadas dirigistas a esfuerzos ágiles, receptivos y colaborativos. La dirigencia política y empresarial que se reunirá en Davos debe reconocer que la tecnología no es una panacea contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Sin orientación provista por seres humanos (reforzada por nuestra capacidad de empatía, comprensión cultural y razonamiento ético) será imposible liberar el potencial de la IA. En la Era Inteligente, la combinación de herramientas avanzadas con la experiencia vivida nos permitirá superar la mentalidad de suma cero que enfrenta a las personas con las máquinas.