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Ana Palacio | Debe primar el realismo energético en la COP28

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No olvidemos que existen en el mundo 775 millones de personas privadas de acceso a la electricidad

En la próxima Conferencia de NN. UU. sobre Cambio Climático (COP28) que tendrá lugar este año en Dubái, los líderes mundiales harán el primer balance oficial de avances hacia los objetivos establecidos en el Acuerdo de París (2015). A la vista de la creciente frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, nos encontramos en un momento decisivo para la acción climática. Y no es ningún secreto que los países no están cumpliendo sus compromisos. Los líderes allí reunidos (entre ellos el papa Francisco) ¿serán capaces de sortear los múltiples y complejos retos que impiden el avance en la progresiva reducción de gases de efecto invernadero? Un problema espinoso es el trilema energético: la necesidad de contar con energía que sea a la vez fiable, asequible y sostenible. Aunque la importancia crucial del tercer aspecto es innegable, la sostenibilidad no debe lograrse en detrimento del acceso a la energía. Para que la acción climática sea eficaz se necesitará el compromiso de un amplio espectro de partes interesadas. Incluir al sector financiero puede parecer menos problemático que contar con las grandes petroleras. Pero, aunque el mes pasado la Agencia Internacional de la Energía sugirió que 2030 iba a ser el “principio del fin de la era de los combustibles fósiles”, la OPEP rechazó esos pronósticos, a los que acusó de basarse en ideología y no en hechos. El informe de la AIE presenta un panorama optimista, y predice que la demanda mundial de carbón, petróleo y gas natural alcanzará su máximo en 2030, conforme se acelere la adopción del vehículo eléctrico y aumente el peso de las fuentes renovables en la producción mundial de electricidad. Pero estas previsiones dependen de múltiples factores. La AIE apuesta a que el crecimiento económico de China (mayor contaminador del mundo) se ralentice lo suficiente como para provocar una reducción significativa de la demanda energética. Además, da por sentado (a pesar de sólidas pruebas en contrario) que los gobiernos cumplirán sus promesas en materia de política climática. Y hay otro problema. Los cálculos de la AIE se centran en el momento en que se alcanzará la demanda máxima de combustibles fósiles, pero no tienen debida cuenta de la forma de la curva de consumo antes y después. Bien puede ocurrir que la demanda de energía se estabilice en su máximo histórico durante algún tiempo, en lugar de empezar a bajar rápidamente. Habrá que cubrir esa demanda y la capacidad de las energías renovables para hacerlo todavía no está clara. Por eso no cabe desestimar la advertencia de la OPEP contra la falta de inversión suficiente en seguridad energética. Dejar que el idealismo y la ideología dominen el debate sobre la transición energética solo conducirá a soluciones incompletas o poco realistas. Aunque el uso de las fuentes renovables está en aumento, los combustibles fósiles todavía son la parte más importante de la oferta mundial de energía. Además, la demanda de energía no proyecta disminución a corto o incluso mediano plazo, entre otras razones porque la floreciente clase media de las economías emergentes exhibe un intenso y creciente apetito de energía asequible. Las grandes petroleras lo saben muy bien. El abandono gradual de los combustibles fósiles es inevitable. Pero por muy tentadores que sean los pronósticos de la AIE, nadie conoce a ciencia cierta la forma y los tiempos en que eso se producirá. El éxito de la COP28 depende de que los participantes reconozcan este hecho y trabajen juntos en pos de soluciones pragmáticas al trilema energético, que permitan avances reales hacia una economía mundial dinámica, sostenible e inclusiva.