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Ana Palacio: Normas para un mundo dividido

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El G7 parece carecer de unidad de propósito, socavando su influencia en los asuntos internacionales

Ya no caben dudas sobre la fractura que caracteriza la creación de normas globales. La cumbre del G20 en Nueva Delhi atrajo tanta atención por quienes no estaban (el presidente ruso Vladímir Putin y el presidente chino Xi Jinping) como por las deliberaciones entre los que sí asistieron. Pero la verdadera conclusión de la cumbre, así como aquella de la reunión de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que la precedió, es que la formulación de reglas mundiales será cada vez más complicada y se definirá por la presencia de grupos pequeños, posiciones cambiantes y coaliciones fluidas. Incluso sin Putin y Xi, la cumbre estuvo marcada por divisiones que chocaban aún más por el lema optimista que presidía el evento: “una Tierra, una familia, un futuro”. Si bien India, que se ha esforzado en posicionarse como fuerza diplomática unificadora, además de portavoz del Sur Global, logró el consenso, no fue fácil, sobre todo por desacuerdos sobre cómo referirse a la guerra en Ucrania, emitiendo una exhortación (formal) a renunciar al uso de armas nucleares, y promoviendo los sagrados principios de soberanía e integridad territorial, sin mencionar a Ucrania. Rusia aplaudió la declaración, mientras Ucrania la criticó. En cuanto a China, es probable que la profundización de divisiones globales y la creciente rivalidad entre superpotencias hayan figurado en la decisión de Xi de no asistir a la cumbre (aunque su prolongada disputa fronteriza con India y sus recientes dificultades económicas pueden haber influido). Para el presidente estadounidense Joe Biden, la ausencia de Xi brindó la oportunidad de presentar a Estados Unidos como un socio fiable para el mundo en desarrollo. Este último no se fue con las manos vacías. Los líderes del G20 decidieron formalmente aceptar como miembro permanente a la Unión Africana, con sus 55 Estados miembro. Esto podría reflejar, en parte, la sensación entre las potencias Occidentales de que agrupaciones alternativas les están pisando los talones. El grupo BRICS, que China abiertamente intenta posicionar como rival del G7, acaba de ampliar sus filas para incluir a seis nuevos miembros (Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán). Para satisfacción de China, parece que el viejo liderazgo del G7 (Alemania, Canadá, EE. UU., Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, más la UE) se está debilitando. Pero eso no resta mérito a los logros de la última cumbre G7, Tokio alerta sobre la amenaza militar que plantea China y allegando a sus aliados ha reforzado su posición defensiva, mientras mantiene una política equilibrada basada en el realismo económico. La guerra en Ucrania ha acelerado la fragmentación del orden mundial e impulsado la búsqueda de nuevas alineaciones que puedan defender los intereses nacionales. Si el G7 no aclara su rumbo, corre el riesgo de perder influencia, con consecuencias potencialmente trascendentales para los valores que unen a sus miembros. Los llamamientos del G7 a mayor inclusividad y reforma de las instituciones multilaterales son razonables y sensatos. Pero tardíos. Solo con una combinación de voluntad política y perspicacia podrán los líderes Occidentales asegurar la supervivencia de un orden basado en reglas que reflejen valores democráticos. Mientras, junto con el desorden y desorientación, el cúmulo de nuevas coaliciones globales seguirá creciendo.