¿Qué debe hacer la cumbre financiera de París?

Es el momento de articular una agenda de reformas lo suficientemente ambiciosa para dar al sur global una esperanza real en el futuro
La falta de inversión en desarrollo sostenible en los países más pobres y vulnerables es uno de los problemas mundiales más acuciantes, sobre todo ahora que muchos de ellos están sobreendeudados o lo estarán pronto. Los efectos de la pandemia de COVID-19, la guerra de Rusia en Ucrania y los desastres a consecuencia del cambio climático impiden a muchas economías en desarrollo lograr un despegue y agravan las asimetrías estructurales de la economía mundial. Tendríamos que estar incrementando la inversión en desarrollo sostenible. En África subsahariana hay que crear un adicional de dos millones de puestos de trabajo dignos por mes de aquí a 2035, pero grandes potencias como EE. UU., la UE y China prestan muy poca atención a estos desafíos. Están concentradas en su propia competencia tecnológica, la reindustrialización, la descarbonización y en maniobras estratégicas de suma cero, lo cual puede agravar las condiciones en países en desarrollo. Como advierte la primera ministra de Barbados Mia Mottley, el sur global, con sus economías emergentes, sigue en una situación financiera crítica, como la de Europa tras la II Guerra Mundial. En aquel momento EE. UU. comprometió fondos para la reconstrucción equivalentes a 3 % de la renta combinada de los países receptores; sabía que esa inversión redituaría en términos económicos y geopolíticos. Hoy los países occidentales que aún dominan las instituciones de Bretton Woods deben reconocer que también a ellos les interesa poner en marcha una reforma financiera e institucional mundial, transformadora, no solo incremental. De lo contrario las consecuencias serán catastróficas. Quedarán dadas las condiciones para la proliferación de desastres humanitarios en muchas partes del mundo, una debacle ecológica y el ascenso de China como principal potencia tras un conjunto alternativo de instituciones multilaterales creadas para atender a sus intereses. En este escenario todos saldrán perjudicados; la fragmentación y competencia entre diferentes instituciones e instancias normativas generará una dinámica de suma cero y la destrucción de bienes públicos globales. Para evitarlo, los países occidentales deben unirse al esfuerzo de transformar las instituciones financieras multilaterales, aunque eso implique ceder una parte de su influencia a otros actores antes marginados. Y en la búsqueda de reformas sistémicas hay que resistir la tentación de limitarse a retocar esquemas actuales. Es necesario reformular toda la conversación sobre desarrollo para tener en cuenta cuestiones descuidadas, como infraestructura y el papel del sector privado y de flujos financieros no públicos. Si el único resultado de la cumbre para un nuevo pacto financiero mundial es una declaración política vacía, podría ocurrir que el esfuerzo reformista mayor pierda credibilidad. Por eso debe producir un plan concreto que sea ambicioso, pero realista y factible. Consciente de la profundidad de los problemas, el secretario general de la ONU António Guterres propuso un paquete integral de medidas para redirigir la financiación “improductiva e insatisfactoria” y corregir las asimetrías estructurales del sistema económico global. La cumbre de París debe dar impulso a este debate y producir resultados tangibles (provisión de fondos públicos para apoyar países en desarrollo) en meses y años venideros. Es el momento de articular una agenda de reformas lo suficientemente ambiciosa para dar al sur global una esperanza real en el futuro.