El dilema de Europa
Para defender los valores e intereses de la UE, es necesario asumir más responsabilidad diplomática por la seguridad regional y aplicar una mezcla de disuasión y diálogo ante Rusia y Turquía.
La COVID-19 ha puesto en ridículo a las grandes potencias del mundo. En Europa, la COVID-19 impone una evaluación más profunda. El sueño nacido tras la Guerra Fría de un orden internacional basado en reglas con Europa en el centro está hecho pedazos, y la UE sufre una conmoción filosófica y geográfica. En lo filosófico, los europeos enfrentan el hecho de que hoy el principal factor determinante de la dinámica global no son las reglas, sino el ejercicio liso y llano del poder. En los últimos tres años han visto a sus dos mayores socios comerciales transformarse de adalides de la globalización a promotores del «desacople». EE. UU. y China se han dado a la instrumentalización agresiva de instituciones regionales y globales. EE. UU. ha politizado el sistema financiero, mecanismos de transferencia interbancaria, la OMC, el FMI e Internet; y los chinos apelan cada vez más a ayudas estatales e inversiones estratégicas para manipular mercados y debilitar a Occidente en áreas fundamentales. En lo geográfico, la política mundial hoy está centrada en Asia en vez de Europa. Los planes regionales y globales de Europa ya no se refuerzan mutuamente. El orden jurídico europeo ya no anida en un marco occidental de seguridad más amplio. Esto coloca a los europeos ante un dilema: siguen dependiendo de que EE. UU. actúe como garante del orden mundial de seguridad; y al parecer, mantener ese esquema los obliga a asumir más responsabilidad por su defensa en el ámbito regional y alinearse con EE. UU. en su confrontación con China. Es muy posible que este país sea el principal aglutinante de la alianza transatlántica a corto plazo, ya que estadounidenses y europeos comparten muchas inquietudes respecto de su modelo económico estatista y las violaciones de los derechos humanos. Pero la competencia global entre China y EE. UU. tensiona el orden regional europeo. EE. UU. está cada vez más ausente de los teatros geopolíticos que suponen el mayor riesgo para Europa. Y con Trump, ya no se digna consultar con los gobiernos europeos sus decisiones de política exterior, incluso en relación con países (como Irak) donde Europa tiene tropas desplegadas. Puede que la elección presidencial estadounidense del 3 de noviembre sea un punto de inflexión en la relación transatlántica. Una victoria de Trump dejaría a Europa todavía más desamparada. Pero incluso con una derrota ante Biden que permita restaurar el compromiso transatlántico, la asunción de un nuevo gobierno no alterará el cambio a largo plazo de las prioridades de EE. UU. ni disminuirá el apego de su electorado a la soberanía nacional. La dirigencia europea tendrá que abandonar la idea de que la geopolítica es un ámbito de alianzas e instituciones permanentes. Para defender los valores e intereses de la UE, es necesario asumir más responsabilidad diplomática por la seguridad regional y aplicar una mezcla de disuasión y diálogo ante Rusia y Turquía. La nueva estrategia de la UE debe hacer lugar a un sólido componente militar, aun cuando la fortaleza de su política exterior seguirá dependiendo en gran medida de instrumentalizar recursos como el comercio internacional, la tecnología y la regulación.