Ejercer el poder europeo
"La UE debe definir una nueva estrategia integrada para y con África. Tenemos que pensar en grande y utilizar nuestras políticas en materia de comercio, innovación, cambio climático, ciberespacio, seguridad, inversión y migración..."
Los conflictos geopolíticos a los que asistimos hoy ponen de manifiesto la urgencia de que la Unión Europea encuentre su lugar en un mundo que se caracteriza cada vez más por una política de fuerza bruta. Vivimos en una competencia geoestratégica, en que algunos dirigentes no tienen escrúpulos en hacer uso de la fuerza y en que los instrumentos económicos y de otro tipo se convierten en armas.
Los europeos tenemos que adaptar nuestros mapas mentales para relacionarnos con el mundo tal como es, no como esperábamos que fuera. Para evitar ser los perdedores de la competencia entre EE. UU. y China, tenemos que reaprender el lenguaje del poder y percibirnos como un actor geoestratégico de rango superior. Puede parecer difícil enfrentarse a este desafío, después de todo, la UE se creó para acabar con la política de potencias. Construyó la paz y el Estado de derecho separando el poder coercitivo de la economía, el establecimiento de normas y el poder persuasivo. Hemos asumido que el multilateralismo, la apertura y la reciprocidad constituyen el mejor modelo. Pero las cosas han terminado siendo diferentes.
Muchos actores están dispuestos a emplear la fuerza para lograr sus objetivos. Es ciertamente innegable que si los Estados miembros no están de acuerdo con las líneas de actuación fundamentales, nuestra credibilidad colectiva se resiente. A veces solo coincidimos en la expresión de nuestras preocupaciones, pero apenas convenimos en lo que haremos al respecto. Con normas de unanimidad es difícil alcanzar acuerdos sobre las cuestiones controvertidas y siempre acecha el riesgo de parálisis. Los Estados miembros tienen que entender que los vetos debilitan a la Unión y a ellos mismos. Además, no se puede proclamar que queremos desempeñar un papel europeo más protagonista en el mundo sin invertir en ello. Europa necesita evitar la resignación y la dispersión. Si capitalizamos la política comercial y de inversiones, el poder financiero, la presencia diplomática, las capacidades normativas y el aumento de los instrumentos de seguridad y defensa, dispondremos de numerosas vías de influencia.
El problema no es la carencia de energías, sino la falta de voluntad política para sumar fuerzas a fin de garantizar coherencia y maximizar impacto. La diplomacia no puede tener éxito si no está respaldada por acciones. Además de hacer frente a las crisis en los países vecinos de Europa la UE debe definir una nueva estrategia integrada para y con África. Tenemos que pensar en grande y utilizar nuestras políticas en materia de comercio, innovación, cambio climático, ciberespacio, seguridad, inversión y migración, para llenar de contenido nuestra retórica sobre nuestra condición de socios en pie de igualdad. Y hay que pensar seriamente en la definición de enfoques creíbles para relacionarnos con los actores estratégicos mundiales de hoy: EE. UU., China y Rusia. Aunque distintos en muchos aspectos, los tres practican la técnica de vincular ámbitos de negociación y uso de la fuerza. Nuestra respuesta debe ser diferenciada y matizada, pero clara y resuelta en la defensa de los valores, intereses y principios internacionales de la UE. Las batallas políticas se ganan o se pierden según cómo se plantean. 2020 debe ser el año en que Europa progrese en la definición de un enfoque geopolítico, burlando el destino de actor en busca de su propia identidad.