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Friedrich Merz | La seguridad europea no se puede buscar en el pasado

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Pero “el miedo es la madre de toda a crueldad”, como dijo Michel de Montaigne, filósofo francés del siglo XVI

Un viaje corto a Alemania en lugar de la visita estatal prevista. Una reunión a cuatro bandas en la Cancillería en lugar de la conferencia en Ramstein para coordinar la ayuda futura para Ucrania con unos 50 estados participantes, entre ellos numerosos jefes de Estado y de Gobierno. El huracán Milton en Florida impidió que el presidente norteamericano, Joe Biden, cumpliera su itinerario planificado y toda la escena política europea se desvió de su curso. No hay otra manera de describir los acontecimientos de los últimos días. Peor lo que sucedió -o no sucedió- en Alemania es un ejemplo del estado desolador de la política exterior y de seguridad europea en un momento crítico. ¿Por qué se tuvo que cancelar la conferencia de Ramstein? ¿Solo porque el presidente norteamericano no podía asistir? ¿Los europeos no eran lo suficientemente fuertes como para celebrar una conferencia sin la participación del presidente norteamericano o, si fuera necesario, con la presencia del secretario de Estado o el secretario de Defensa de Estados Unidos? El pacto de defensa entre Alemania y el Reino Unido que se acaba de concluir sugiere que donde hay voluntad, se pueden emprender la acción. Pero Europa necesita algo más que este tipo de acuerdos bilaterales ceñidos, no importa lo positivos que puedan ser. La razón es sumamente clara: Ucrania espera desesperadamente más ayuda. La historia de la ayuda a Ucrania es una historia de vacilación y titubeo constantes, de dilaciones y tácticas. Cuando nada más ayuda, se recurre al presidente norteamericano para salir del atolladero político. El canciller alemán, Olaf Scholz, debería haber demostrado qué significa para Europa en general el Zeitenwende (“punto de inflexión”) que él mismo declaró luego de la invasión de Rusia. Junto con Francia y Gran Bretaña, debería haberle hablado claramente a Putin: si no pone fin a su guerra de terror contra la población civil de Ucrania en el lapso de 24 horas, podrían haber dicho, se levantarán los límites de alcance de las armas que se le suministran a Ucrania. Si eso no bastaba, se podría haber agregado que Alemania le proporcionaría a Ucrania misiles crucero Taurus para ayudar a destruir las rutas de suministro del ejército ruso en el país. Francia y Gran Bretaña ya están suministrando misiles crucero con el rango necesario para atacar las líneas de suministro del ejército ruso y, aparentemente, están dispuestos a seguir este camino. El miedo y la esperanza desesperada de poder retratarse a sí mismo como un “canciller de la paz” poco antes de la elección federal de Alemania el próximo año se han convertido en los motivos dominantes de Scholz. En lugar de actuar con decisión en Ramstein, Scholz tomó un café cordial con Biden, poco antes de que el presidente norteamericano fuera galardonado con el nivel especial de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania. Pero esa ceremonia de premios fue un momento que unió a Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos en la nostalgia, no en la definición de la acción decisiva y el sentido de propósito que Europa necesita hoy. La ceremonia no recordó nada tanto como la manera en que se comportó el gobierno de Alemania en los años previos a la caída del Muro de Berlín y la reunificación, antes de que se superara la división de Europa, antes de la guerra en Ucrania. El vuelo de regreso de Biden a Washington luego de la conferencia abortada en Ramstein y la reunión menguada en la Cancillería de Berlín puede cobrar un significado casi simbólico en el futuro: el último presidente norteamericano atlantista en mucho tiempo que se despide de Europa. Y los europeos, sin liderazgo y sin la mínima idea de lo que les espera, se despiden de él, rememorando, ensimismados, tiempos pasados.