Hay que humillar a Rusia
Alemania tampoco es el único ejemplo de países que se hayan beneficiado por su derrota y humillación en la guerra: Japón también renunció al imperialismo y al militarismo tras rendirse en la II Guerra Mundial’.
Mientras las fuerzas rusas se repliegan en el este y sur de Ucrania ante su contraataque maestro, algunos comentaristas occidentales sostienen que la guerra que inició el Kremlin no debe terminar con la «humillación» del presidente Vladímir Putin ni de Rusia; todo lo contrario: la consecuencia de la atroz agresión de Putin debe ser el riguroso escarmiento de Rusia en la escena mundial. Más allá de la inmoralidad de este llamado unilateral a ofrecer a Putin una salida digna (no parece haber nadie que pida que no se humille a Ucrania en un posible acuerdo de paz), ¿se puede justificar ese argumento con la historia o la fría lógica de lidiar con una superpotencia nuclear (aunque solo haya demostrado serlo en esa única dimensión)? Cualquier derrota en una guerra será siempre profundamente humillante para el perdedor, independientemente de que sea el agresor o la víctima. Quienes sostienen que no hay que humillar a Rusia suelen señalar lo que ocurrió después de la I Guerra Mundial. Según ellos, el tratado de Versalles impuso condiciones tan humillantes a Alemania que llevó al ascenso de Hitler y luego a la II Guerra Mundial. Pero fueron las cláusulas sobre reparaciones del tratado de Versalles, no el acuerdo territorial, lo que pudo haber contribuido a su ascenso. La derrota de los nazis resultó enormemente beneficiosa para Alemania y sus vecinos. La asistencia que recibió de Estados Unidos gracias al plan Marshall más que compensó las reparaciones que Alemania Occidental tuvo que pagar, y la economía alemana florece desde entonces. Se reunificó pacíficamente con Alemania Oriental cuando cayó el comunismo y nunca más insistió en una política exterior revanchista. Francia quedó en mejor situación después de perder la guerra de Argelia, porque esa derrota le permitió a Charles de Gaulle encaminar a su país a convertirlo en una nación moderna y económicamente dinámica, profundamente integrada con el resto de Europa. Después de su derrota y humillación en Vietnam, EE. UU. se reinventó económica y tecnológicamente para convertirse en ganador indiscutido de la Guerra Fría. Rusia también vivió experiencias de este tipo. La derrota y humillación en la guerra de Afganistán llevaron a la caída de la URSS y a un período demasiado corto de democratización, durante el cual Rusia al menos mostró respeto por sus vecinos. Como ocurrió con Alemania tras la I Guerra Mundial, la vuelta del revanchismo ruso no se debió a la pérdida de territorios o de su condición de gran potencia, sino a las dificultades posteriores al colapso del sistema económico soviético. ¿Se equivocó Occidente al no brindar mayor apoyo a la Rusia de Boris Yeltsin? Creo que sí, aunque también hubo poderosas fuerzas locales a favor del modelo cleptocrático que terminó por imponerse. Hay amplia evidencia histórica de que la humillación en retribución a políticas imperiales o agresivas suele conllevar beneficios significativos a mediano y largo plazo, tanto para los países en cuestión como para sus vecinos. Hay quienes sostienen que los riesgos a corto plazo de humillar a una de las principales potencias nucleares del mundo son excesivos, pero ese argumento ignora la probabilidad de que si Putin tiene éxito con el chantaje nuclear después de la invasión, volverá a intentarlo una y otra vez.