El orden internacional pos-Covid 19
"La pandemia de COVID-19 coincidió con un período de creciente populismo y resistencia nativista al globalismo y al orden internacional de posguerra, alimentado por desigualdades tanto al interior de los países como entre ellos"
En paralelo con la batalla global contra la pandemia del coronavirus hay un tira y afloja entre dos narrativas que compiten por definir cómo se debe gobernar el mundo. La primera: una crisis mundial puso más de relieve que el multilateralismo es necesario y expuso la falacia del nacionalismo o aislacionismo que promueve la acción independiente. La segunda: la globalización y las fronteras abiertas generan vulnerabilidades frente a virus y otras amenazas, y las actuales dificultades para controlar las líneas de aprovisionamiento y el equipamiento para salvar vidas exigen que cada país primero se ocupe de sí mismo. El sistema económico mundial que surgió al final de la Guerra Fría benefició a pocos a expensas de muchos. Las NN. UU. han adquirido el aspecto de una reliquia que favorece a los vencedores de una guerra ya antigua, refleja relaciones de poder obsoletas y niega la posibilidad de expresarse lo suficiente a los países del sur del mundo. Y desde la crisis financiera mundial de 2008, el descontento socioeconómico dio lugar a varias formas de populismo, nativismo y autoritarismo. Esta dinámica bien podría verse fortalecida por la crisis de la COVID-19. En los próximos meses y años, las extremas necesidades locales llevarán a que la solidaridad internacional parezca un lujo. A medida que las economías nacionales se contraigan, habrá menos recursos y los gobiernos tendrán dificultades para atender a sus propias poblaciones. Para los líderes políticos será cada vez más difícil justificar la asignación de fondos a la asistencia para el desarrollo en el extranjero, las organizaciones para la salud y la asistencia internacional en casos de desastre, refugiados o iniciativas diplomáticas. El creciente descontento local se traducirá en un enojo y desilusión cada vez mayores con el sistema internacional. Cualquier reivindicación que plantee EE. UU. a su liderazgo mundial habrá quedado duramente golpeada gracias al mal manejo de la pandemia por el gobierno de Trump, la sensación de que no fue capaz de cuidar a los suyos, ni hablar de los demás, y la percepción de que se encerró en sí mismo a la hora de la verdad. China, fortalecida gracias a demostraciones de generosidad atractivas ante las cámaras durante el momento más álgido de la crisis, podría ofrecerse a llenar el vacío de liderazgo, pero podría verse agobiada por su propio mal manejo del brote y las implicaciones políticas locales de una profunda contracción económica. Independientemente de quien quede a la cabeza (si alguien lo hace), resulta difícil creer que la desesperación socioeconómica causada por la pandemia no dejará el camino abierto para una nueva oleada nativista y xenófoba. ¿Podría surgir un orden internacional superior y más fuerte en algún momento? Tal vez. El orden de posguerra (II Guerra Mundial) tenía profundas debilidades. En 2020 solo podemos comenzar a imaginar qué haría falta para crear un orden nuevo y más sostenible que atienda las crecientes inquietudes sobre equidad y en el que más países puedan encontrar su voz. O navegar un nuevo mundo en el que una batalla campal reemplace abruptamente los acuerdos existentes. La COVID-19 puso de manifiesto los costos de enfrentar una crisis mundial con un sistema internacional defectuoso. Lo único peor sería enfrentar la próxima crisis sin sistema alguno.