El peligroso consenso nuclear ruso

Pero más preocupante todavía es el hecho de que figuras históricamente moderadas hayan publicado declaraciones de un tono incendiario
La rebelión que protagonizó el jefe del Grupo Wagner Yevgueni Prigozhin expuso la fragilidad del régimen liderado por el presidente ruso Vladímir Putin. Aunque después cedió y ordenó a su ejército de mercenarios detener el avance a Moscú, el levantamiento resalta los riesgos inminentes y existenciales que plantea al mundo una potencia nuclear agresiva e inestable. Desde que Rusia inició su invasión total de Ucrania se cierne un escenario de pesadilla: que Putin sea derrocado y deje atrás una Rusia revuelta en la que varios “señores de la guerra” compitan por el poder, incluido el control del arsenal nuclear más grande del mundo. Si bien este golpe no se completó, no hay garantías de que no se produzca otro; y aunque Putin siga en el Kremlin, las armas nucleares rusas representan un riesgo inminente. La amenaza de escalada nuclear ha impedido una intervención militar de Occidente en defensa de Ucrania y ha obligado a la OTAN a calibrar con cuidado el ritmo y naturaleza de su apoyo militar a los ucranios. Putin ha recordado más de una vez a Occidente que debe andarse con cuidado. En 2014 el Kremlin modificó su doctrina militar para contemplar el empleo del arma nuclear sin uso previo de la otra parte (“primer uso”) en respuesta a un ataque convencional que pusiera en riesgo la existencia del Estado ruso. Cuatro años después, Putin reiteró su compromiso con este planteamiento. Aclaró que sería una “catástrofe global”, pero un mundo sin Rusia no tendría por qué seguir existiendo. A principios de mes volvió a confirmar su disposición a usar armas nucleares para proteger la “existencia del Estado ruso”. En febrero, Rusia se retiró del New Start, su último tratado de control de armas nucleares con EE. UU. Y el presidente honorario del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia Serguéi Karaganov defendió los ataques nucleares preventivos. De momento, Putin afirma que Rusia no necesita utilizar armas nucleares -al menos no para defender la existencia del estado ruso-. Pero tal vez un caudillo como Prigozhin no esté de acuerdo. En cualquier caso, aumenta la probabilidad del uso de armas nucleares «tácticas» -de menor alcance- en Ucrania. En abril, uno de cada tres rusos encuestados por el Centro Levada consideró que sus líderes están dispuestos a usar armas nucleares en Ucrania, aunque 86 % de los rusos cree que su uso es inadmisible bajo cualquier circunstancia. La semana pasada, el presidente de EE. UU., Joe Biden, admitió que un ataque nuclear táctico por parte de Rusia es una amenaza “real”. Esa decisión haría del mundo un lugar mucho más peligroso, sobre todo si quedara impune. Si Occidente cede al chantaje nuclear ruso, podremos esperar más ataques, en Moldavia y otros lugares. La guerra en Ucrania ha despertado el fantasma de la desintegración rusa y una tensión nuclear similar a la crisis de los misiles cubanos de 1962 -que tal vez sea imposible desactivar-. Occidente debe usar todas las herramientas a su disposición para evaluar el discurso interno ruso y medir la gravedad de la “fiebre nuclear” en Rusia. El motín de Prigozhin demostró que en Rusia puede pasar cualquier cosa. Y como aprendieron los kremlinólogos durante la Guerra Fría, no hay forma de determinar si las declaraciones y debates públicos son indicadores de un nuevo consenso dentro de las élites políticas y militares. Pero lo que está en juego es demasiado grande como para no intentar comprenderlo.