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Poner fin a la pandemia de la austeridad

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Un análisis de las proyecciones de gasto del FMI indica que 143 gobiernos recortarán el gasto (como porcentaje del PIB) en 2023, lo que afectará a más de 6.700 millones de personas -o el 85 % de la población mundial

El mundo enfrenta crisis múltiples cada vez más serias, desde el COVID-19, la energía, la inflación, la deuda y los shocks climáticos hasta costos de vida imposibles de afrontar e inestabilidad política. La necesidad de una acción ambiciosa no puede ser mayor. Sin embargo, el regreso de políticas fallidas como la austeridad, hoy llamada restricción fiscal o consolidación fiscal, y una falta de tributación efectiva y de iniciativas de reducción de la deuda amenazan con exacerbar la inestabilidad macroeconómica y las penurias cotidianas que enfrentan miles de millones de personas. A menos que los responsables de las políticas cambien el curso, una pandemia de austeridad hará que la recuperación económica global resulte aún más difícil. La inminente ola de austeridad será más prematura y severa que la que siguió a la crisis financiera global de 2008. Más de 50 países están adoptando recortes excesivos; su gasto ha caído por debajo de sus niveles prepandémicos (que ya eran bajos). Las medidas de austeridad que los gobiernos están considerando o ya están implementando serán profundamente perjudiciales para sus poblaciones, en especial para las mujeres. En paralelo, muchos están adoptando estrategias de generación de ingresos de corto plazo que también tendrán efectos sociales perjudiciales: aumentar impuestos al consumo, fortalecer alianzas público-privadas y aumentar las tarifas de servicios públicos. A menos que se revierta la austeridad, la gente en países en desarrollo perderá protecciones sociales y servicios públicos cuando más se necesitan. Los peligros de una estrategia de austeridad agresiva quedaron bien claros en la década pasada. De 2010 a 2019, miles de millones de vidas se vieron afectadas por recortes de pensiones y de beneficios sociales; menores inversiones en programas para mujeres, niños y gente mayor; menos maestros, personal de salud y empleados públicos locales -y peor remunerados-, y precios más altos como consecuencia de impuestos básicos al consumo. Esto no tiene por qué ser así. Existen alternativas para la austeridad. Incluso en los países más pobres hay por lo menos otras nueve opciones de financiamiento que algunos gobiernos han venido utilizando por y que están plenamente respaldadas por Naciones Unidas e instituciones financieras internacionales. Estas incluyen tributación progresiva; eliminación o reestructuración de la deuda; restricción de flujos financieros ilícitos; aumento de aportes a la seguridad social y a cobertura por parte de empleadores, formalizando a los trabajadores en la economía informal; utilización de reservas fiscales y de moneda extranjera; reasignación de gastos públicos; adopción de un marco macroeconómico más acomodaticio; garantizar asistencia oficial para el desarrollo, y nuevas asignaciones del activo de reserva del FMI, derechos especiales de giro. Dado que las decisiones fiscales afectan a todos no se las debe tomar a puertas cerradas, sino mediante diálogos nacionales inclusivos y transparentes que incluyan a sindicatos, federaciones de empleadores y organizaciones de la sociedad civil. Los gobiernos deben abandonar las medidas de austeridad que benefician a pocos a expensas de muchos. Solo explorando estrategias alternativas podemos apoyar a la gente y ponernos de nuevo en marcha para alcanzar los ODS de NN. UU. El mundo aún está sufriendo una pandemia. No hay necesidad de otra.