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La transición energética se enfrenta a la realidad

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El sistema que lleva un solo tomate cultivado en España a una mesa en Londres, participan cinco cucharadas de petróleo

La “transición energética” de los hidrocarburos a las energías renovables y a la electrificación, hoy en día, ocupa el centro de los debates sobre políticas. Pero los últimos 18 meses han demostrado que esta misión representa un reto mucho mayor y más complejo de lo que uno pensaría al analizar los gráficos que aparecen en muchos escenarios. Incluso en Estados Unidos y Europa, que han adoptado iniciativas de gran porte (como la Ley de Reducción de la Inflación y RePowerEU) para que las cosas avancen, el desarrollo, el despliegue y la ampliación a escala de las nuevas tecnologías de las que, en definitiva, depende la transición se determinarán con el tiempo. El término “transición energética” sugiere que estamos dando un paso más en el recorrido que comenzó hace siglos con la Revolución Industrial. Pero, al examinar transiciones energéticas anteriores para mi libro The New Map (El nuevo mapa), me sorprendió lo diferente que es esta. Mientras que la tecnología y la ventaja económica fueron el motor de las transiciones previas, la política pública hoy es el factor más importante. Las transiciones energéticas en el pasado se desarrollaron en el transcurso de un siglo o más, y no desplazaron por completo las tecnologías existentes. La transición de hoy está pensada para que se desarrolle en poco más de un cuarto de siglo, y para que no sea aditiva. Los progresos desde que comenzó la restricción de los mercados energéticos a fines del verano de 2021 apuntan a cuatro desafíos importantes: la seguridad energética se ha convertido, una vez más, en una máxima prioridad, e implica garantizar suministros adecuados y a precios razonables, así como un aislamiento del riesgo geopolítico y de las penurias económicas. La eficiencia energética se podría mejorar. Pero los efectos principales aparecerán en los países desarrollados, más que en el mundo en desarrollo, donde vive el 80 % de la gente y donde las economías en ascenso harán subir la demanda de energía. En el Norte Global -principalmente, Europa occidental y Norteamérica-, el cambio climático está en la cima de la agenda política. Pero en el Sur Global esa prioridad convive con otras prioridades críticas, como impulsar el crecimiento económico, reducir la pobreza y mejorar la salud con la mira en la contaminación ambiental interna generada por la quema de madera y desechos. Para muchos en el mundo en desarrollo la “transición energética” implica pasar de la madera y los desechos al gas licuado de petróleo. La oferta del “metal de la electrificación” tendrá que duplicarse para sustentar los objetivos climáticos de 2050 del mundo. Recientemente, un conjunto de autoridades -entre ellas, los gobiernos de Estados Unidos y Japón, la Unión Europea, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Agencia Internacional de Energía- publicaron informes alarmantes sobre el esperado crecimiento exponencial de la demanda de minerales como el litio y el cobalto. En algunos países de recursos clave, los gobiernos son abiertamente hostiles a la minería. Si bien la dirección de la transición energética es clara, los responsables de las políticas y la población deben reconocer los desafíos que conlleva. Es esencial entender de manera más realista y profunda las cuestiones complejas que se deben resolver en el esfuerzo por alcanzar los objetivos de la transición.