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Ucrania y el futuro de Europa

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No se podría confiar más en las palabras, los vínculos, los compromisos y tratados, los países aumentarían su nivel de rearme para protegerse y habría una completa reorganización de las relaciones económicas, en particular en el sector de la energía’.

¿Qué ocurrirá cuando se haya completado el despliegue de tropas rusas a lo largo de la frontera con Ucrania? ¿Dará el presidente ruso Vladimir Putin la orden de atacar para privar a uno de sus vecinos de su independencia y obligarlo a volver bajo el yugo del Kremlin? Los hechos apuntan de manera abrumadora a una guerra inminente. Las consecuencias para Europa serían profundas, cuestionando el orden y los principios europeos sobre los que se ha basado desde el fin de la II Guerra Mundial. Por la violenta agresión de Rusia, Europa una vez más quedaría dividida en dos esferas: una “Europa rusa” en el este europeo de la UE, y la OTAN en las partes occidentales y centrales del continente. Los intereses imperiales volverían a fijarse contra los de las democracias que colaboran entre sí bajo un Estado de derecho en común. No se podría confiar más en palabras, vínculos, compromisos y tratados, los países aumentarían su nivel de rearme para protegerse. Europa ya no podría arriesgar el tipo de dependencias económicas por las que se la pudiera chantajear en épocas de crisis. Una reorganización de las relaciones económicas podría ser costosa para la UE, pero no habría opción. La Rusia de Putin se ha convertido en potencia revisionista; no le interesa mantener el ‘statu quo’ y está dispuesta incluso a usar la fuerza militar. Si Europa cediera, traicionaría sus valores más fundamentales y tendría que renunciar al modo en que vive y desea vivir, a todo el progreso que representa la UE. Las consecuencias son impensables e inaceptables. Las exigencias de Rusia muestran lo que está en juego en el conflicto ucraniano. Putin quiere que la OTAN abandone su política de puertas abiertas en Europa del Este y Escandinavia. Se trata de la restauración del imperio ruso y la amenaza existencial de Putin al arraigo y propagación de la democracia. Está en juego el derecho a la autodeterminación, la prerrogativa de los países soberanos a escoger sus alianzas. Putin desea desesperadamente borrar la humillación de la caída de la URSS y la pérdida histórica de su país como potencia global, que el Imperio ruso regrese y se convierta en actor de peso. Eso afecta de inmediato a Europa: Rusia nunca ha sido potencia global sin primero convertirse en fuerza hegemónica en Europa. Hoy, la independencia de Ucrania está en juego. Mañana serán los demás estados pos-soviéticos, y después la dominación de Europa. ¿Qué más tiene que pasar para que Europa despierte ante los hechos? Es tiempo de poner de lado conflictos menores. Si sus principios han de sobrevivir en un mundo de renovada competencia política entre grandes potencias y rivalidades geopolíticas, Europa debe convertirse en potencia en sí misma. La garantía de seguridad estadounidense en Europa es evidente y necesaria. Pero para mantener el pacto transatlántico, Europa debe fortalecerse, lo que exigirá que Alemania reevalúe su papel (el mayor estado de Europa en lo económico y demográfico). ¿Sigue siendo un problema la promesa del gobierno alemán saliente de destinar al menos 2 % del PIB a defensa u hoy es más importante que el gobierno alemán haga un anuncio claro y positivo de su compromiso con el apoyo a Ucrania y la defensa de los principios europeos? Eso enviaría un mensaje del que el Kremlin no se podría desentender. Pero el tiempo se acaba.