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Ana Palacio: La competitividad europea en un mundo convulso

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La UE debería abandonar la política de impedir fusiones de empresas en defensa de la competencia -práctica 

Al regreso de vacaciones de verano, los líderes de la Unión Europea enfrentan una agenda común cargada. Entre las tareas prioritarias destacan: mejorar la respuesta a conflictos circundantes y reforzar su competitividad económica. Por décadas, la UE ha confiado en la influencia económica como sustituto del ‘hard power’, pero en tiempos de exacerbadas tensiones geopolíticas, el ‘soft power’ no es suficiente. 

Si la contracción de la base industrial europea y el desorden de las cadenas de valor no son suficientemente convincentes, la guerra de Ucrania debe hacernos reflexionar: ha derribado el convencimiento de que las guerras a gran escala en Europa eran cosa del pasado y ha demostrado que los vínculos y argumentos económicos tienen un alcance limitado en el comportamiento de los países. 

La economía rusa creció 5,4 % en el primer trimestre de este año y un 4 % en el segundo -muy por encima del promedio mundial-, pese a enfrentar uno de los regímenes de sanciones más expansivos de la historia. Una razón fundamental de esta resiliencia es la eficacia de Rusia de eludir sanciones y adquirir bienes formalmente vedados (incluyendo equipos de defensa y de alta tecnología). 

Más de la mitad del equipamiento militar que obtuvo entre febrero y agosto de 2022 contenía componentes fabricados en Europa o Estados Unidos. Y la mayoría de semiconductores exportados desde China y Hong Kong a Rusia -comercio que se duplicó desde que comenzó la guerra- tienen origen estadounidense. Desde la invasión de 2022, Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Turquía y varios países de Asia Central aumentaron espectacularmente su comercio con Rusia y Europa. La industria tecnológica de Kazajistán es relativamente pequeña pero sus exportaciones a Rusia se dispararon. Así, la capacidad de Rusia para evitar sanciones (a menudo con alto costo para empresas occidentales) ha provocado oleadas sucesivas de reacciones de las autoridades europeas. 

Pero pese a 14 rondas de sanciones en dos años y medio, los líderes europeos no han logrado soluciones eficaces. Y aunque la UE ha buscado reducir la dependencia energética de Rusia, con frecuencia termina importando (a través de terceros países como la India) combustible ruso refinado a precios inflados. 

La incapacidad de la UE para actualizar su fragmentado y reactivo sistema energético le ha impedido equilibrar las consideraciones geopolíticas con las realidades económicas. Esto ha erosionado su ‘soft power’ -incluida su credibilidad internacional y su competitividad económica-, así como su capacidad para invertir en el fortalecimiento de su ‘hard power’. Draghi (ex presidente del Banco Central Europeo y ex primer ministro de Italia) sostiene que es urgente que la UE fortalezca la base industrial, simplifique el marco regulatorio y aumente la inversión en defensa e innovación. Sin reformas en este sentido -bien diseñadas e implementadas en forma rápida-, la UE corre riesgo de quedar aún más rezagada, y no puede permitírselo. Los riesgos serán mayores si Donald Trump regresa para un segundo mandato en la Casa Blanca, algo que previsiblemente convertiría a Estados Unidos en un socio menos fiable y profundizaría la vulnerabilidad económica y de seguridad de Europa.