Jaime Izurieta: Einstein y el centro histórico
Las entidades competentes y los instrumentos de gestión han cambiado con el tiempo
Se le atribuye a Einstein eso de que la definición de locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos. Esa definición aplica a la gestión de ciudades.
Hace pocos días, el Municipio de Quito anunciaba que el 70 % de la capacidad residencial del Centro Histórico se encuentra en desuso. Si contrastamos esas cifras con las enormes inversiones del municipio y gobierno nacional para atraer residentes al Centro, estaríamos ante uno de los más estrepitosos fracasos de gestión pública en el país.
En 1978 Quito consiguió, con gran esfuerzo, la declaratoria de Patrimonio cultural de la humanidad. Varias acciones vinieron, encadenadas y habilitadas por esa declaratoria, que permitieron crear una estructura de financiamiento y de regulación con el fin de proteger y administrar el patrimonio.
Luego del terremoto de 1987, el Gobierno nacional creó el Fondo de Salvamento, que se financiaba con un porcentaje directo del impuesto a la renta recaudado en Quito. Esa figura permitió una enorme inyección de recursos y la puesta en valor de muchísimas edificaciones. Luego vinieron varios esquemas complementarios, como la creación de la Empresa del Centro Histórico, con el fin de realizar inversiones en bienes raíces e infraestructura cultural.
La Constitución de 2008 trajo la necesidad de transformar la estructura administrativa. El problema del Centro Histórico se exacerbó desde entonces, a pesar de contar con innumerables planes y fuentes de financiamiento por parte del gobierno local y nacional, y el concurso de los expertos locales más preparados, además de multilaterales y cooperación internacional.
Las entidades competentes y los instrumentos de gestión han cambiado con el tiempo. La intención de gestionar el Centro Histórico desde arriba, y planificar cada uno de los aspectos de su desarrollo, en cambio, se ha mantenido a pesar de administraciones, tendencias políticas y planes distintos.
Es en esos resultados desalentadores, alarmantes y tristes, reportados por el propio Municipio, donde se juntan la definición de locura y de gestión de ciudades.