Jaime Izurieta: No existe almuerzo gratis

No todo lo popular es sensato y no todo lo bien intencionado es posible
Mirando desde lejos, Nueva York se presenta como el epicentro financiero, cultural, gastronómico y mediático del mundo. Sus publicaciones gozan de una reputación casi sagrada. Su oferta cultural ha alcanzado un estatus mítico.
Más allá del mito, es una fábrica constante de ideas desatinadas. La actual campaña por la alcaldía nos ha regalado varias propuestas dignas de museo, entre las cuales destaca hacer gratuito el transporte público.
La idea puede abordarse desde dos ángulos. Primero, como un gasto operativo. El sistema de transporte de Nueva York mueve a cinco millones de personas al día. La ciudad produce alrededor de cuatro mil millones de dólares diarios. El ingreso por tarifas de transporte ronda los catorce millones, apenas el 0,3 % de esa productividad. Si la inversión reduce el tiempo de viaje de pasajeros productivos, es viable.
También puede leerse como un subsidio más, en una ciudad que ya arrastra distorsiones profundas: controles de precios en arriendos y salarios, programas sociales mal diseñados y un aparato estatal hipertrofiado. Cualquier nueva carga amenaza con desbordar una estructura ya al límite.
El problema de fondo es simple: las finanzas municipales se parecen a las de una familia. Solo hay dos formas de financiar servicios: con ingresos o con deuda. A diferencia del gobierno central, los municipios no imprimen dinero. Sus responsabilidades son inmediatas y tangibles: mantener los buses en marcha, las calles asfaltadas, y los semáforos funcionando.
Sabemos bien lo que ocurre cuando se ignora esa realidad. Nuestros alcaldes han preferido, muchas veces, el atajo del aplauso fácil, evitando reconocer que los déficits tienen un punto de quiebre. Luego de ese punto, la infraestructura colapsa. Y cuando la ciudad deja de funcionar, el daño es irreversible.
Las malas ideas no tienen pasaporte. Circulan libres, disfrazadas de justicia. Por eso, la primera responsabilidad de un gobierno local serio no es prometer, sino discernir. No todo lo popular es sensato y no todo lo bien intencionado es posible.