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Jaime Izurieta Varea: El árbol del conocimiento

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El arbolito en cuestión se encuentra en Arcadia, un pequeño pueblo en medio del Estado

Toda ciudad debería tener un árbol centenario donde los viejos cuentan leyendas y pasan tradiciones a las siguientes generaciones. En muchos de nuestros recuerdos, ese árbol está en alguna hacienda, en algún pequeño pueblo o en los cuentos de los abuelos. Yo acabo de encontrar uno especial durante un viaje de trabajo en la Florida.

Cuando pensamos en la Florida, inmediatamente vienen a la mente las playas de Miami, o los parques de atracciones en Orlando. En realidad, es uno de los lugares más diversos de los Estados Unidos. Tiene, por ejemplo, la ciudad más vieja de todo el país, San Agustín, fundada por Pedro Menéndez de Avilés en 1565. Cuenta con ciudades de playa que rivalizan con las de la ‘Riviera Francesa’, como Rosemary Beach y Seaside. Y es parte de la región del sureste dedicada a la agricultura y con una cultura de hospitalidad y parrilladas legendaria.

El arbolito en cuestión se encuentra en Arcadia, un pequeño pueblo en medio del Estado. Está en una plaza adornada con banderitas rojo, blanco y azul, con una placa que conmemora su inclusión en el registro de lugares históricos.

Allí se sentaban los viejos a contar historias. Algunos pueblos, como Arcadia, luchan por mantener esos espacios de comunión, similares a las plazas que tienen casi todas las ciudades ecuatorianas. En las nuestras, la vida social no se detiene. Las historias, sin embargo, han ido desapareciendo.

Tomadas como leyendas pintorescas, las historias que nos cuentan a dónde pertenecemos han sido confinadas a algún libro medianamente mal editado y han perdido su utilidad principal: pasar la antorcha de una generación a la siguiente, manteniendo vivos los valores comunes.

Nos escandalizamos por el mal uso que hacen otros de las calles, de los parques, y de las plazas. Del abuso de los constructores y de los negocios que se toman el espacio público. La convivencia en la ciudad parece, a veces, condenada a desaparecer. Tal vez nuestras ciudades necesitan un árbol para sentarnos a su sombra, contar historias y alinear valores.