Jaime Izurieta Varea: Francisco, urbanista

Francisco se refirió expresamente a la necesidad de preservar la naturaleza mientras las ciudades crecen
El ingenio porteño de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, le llevó a decir que “Dios vive en nuestras ciudades”. Urbanista sin proponérselo, Francisco dejó un mapa para cuidar de nuestra “casa común”. Su legado ha sido en ocasiones controversial, pero en lo que respecta a las ciudades, su postura fue clara: el sentido de pertenencia, la identidad y la paz son esenciales para la calidad de vida urbana.
En su encíclica Laudato Si’ de 2015, el tema fue “cuidar la casa común” contra el “crecimiento desproporcionado y desordenado”. Muchos urbanistas de renombre como Richard Florida trazaron paralelos entre los conceptos expresados en la encíclica y la visión de Jane Jacobs, quizás la urbanista más importante de la historia de la profesión.
El pensamiento de Jacobs puede entenderse como de “antiplanificación”. Sus advertencias, que luego extendería a la sociedad entera en su libro Una era oscura por delante, se basan en la pérdida de identidad que sufren las ciudades, cuando los proyectos desproporcionados, que escapan la escala y la capacidad instalada de la gente irrumpen y alteran la interacción social, la creación y el intercambio.
Francisco se refirió expresamente a la necesidad de preservar la naturaleza mientras las ciudades crecen, y a la responsabilidad que tenemos de ser custodios de los espacios urbanos y naturales.
Tanto las ideas de Jacobs como las de Francisco se basan en la idea de que los humanos somos custodios: de la historia, de la tradición, de la naturaleza, y del entorno construido.
La tradición es, en su vasta mayoría, la manifestación en la vida diaria, de soluciones a problemas cotidianos que han sido refinadas a lo largo de siglos. Esas soluciones hacen parte tan común de nuestra vida, que los problemas que solucionan se nos han olvidado. Renegar de la tradición los trae de vuelta. Tanto Jacobs como Francisco lo entendieron, y desde su particular espacio, intentaron explicarlo al resto del mundo.
El Papa, controversial en muchos frentes, fue clarísimo en este: una ciudad sin alma no es ciudad.