Ricardo Hausmann: Una mejor estrategia para el financiamiento verde
El foco sigue puesto en la cantidad total de financiamiento verde comprometido y no en el valor del subsidio implícito
Dos años más tarde de lo previsto, en 2022 los países desarrollados finalmente cumplieron su promesa de 2009 de movilizar $ 100.000 millones al año para respaldar los esfuerzos climáticos de los países en desarrollo. Hoy es hora de mirar más allá de este hito. La transición a energías limpias representa un serio problema macroeconómico y lo estamos tratando como uno microeconómico. Sin una corrección de rumbo, el apoyo de países en vías de desarrollo a la descarbonización se desvanecerá.
La razón: la mayoría de países en vías de desarrollo están muy cerca o han sobrepasado su techo de deuda externa, lo que limita su capacidad de endeudamiento adicional. El techo es bajo por las altas tasas de interés y por su baja capacidad exportadora, demasiado débil como para generar las divisas necesarias para servir una deuda externa mayor.
Y cuanto más se endeuda un país para iniciativas climáticas, menos recursos tiene para ocuparse de otras prioridades, a menos que las finanzas climáticas aumenten su capacidad de endeudamiento. Si el financiamiento verde se dedicase a proyectos que aumentan exportaciones podría incrementar relevantemente los techos de deuda de países en desarrollo.
Alcanzar la neutralidad de carbono (’net zero’) requiere de voluntad para reducir las emisiones y del acceso a herramientas necesarias a través de la ampliación de cadenas globales de suministro de tecnologías de energías limpias como paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos y baterías, que dependen de minerales críticos.
Siendo mucho más costoso transportar energía verde que combustibles fósiles es más eficiente utilizarla donde se la produce. Ello requiere reubicar las industrias de alto consumo energético en regiones donde la energía limpia es abundante y competitiva, estrategia conocida como ‘powershoring’. Para facilitar un acuerdo climático más efectivo, los países en desarrollo deben desempeñar un papel mucho más importante en los esfuerzos globales de mitigación. Existen dos maneras de lograrlo: aumentar su capacidad para producir y exportar equipamientos tecnológicos verdes y sus componentes; y desarrollar su infraestructura de energía verde para atraer a grandes empresas emisoras de CO2 a instalarse en nuevos parques industriales verdes. Estas medidas podrían convertir a los países en desarrollo en proveedores fundamentales de la descarbonización, fomentando crecimiento económico y desarrollo sostenible.
En el Growth Lab de la Universidad de Harvard venimos estudiando las cadenas de valor de la descarbonización para identificar productos y componentes que para cada país del mundo sean los más factibles y atractivos, dadas sus capacidades. Con apoyo del gobierno de Azerbaiyán, anfitrión de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP29) de este año, creamos un sitio web de crecimiento verde llamado Greenplexity.
Junto con nuestro Atlas de Complejidad Económica, que hoy también cubre productos verdes, permite a los países trazar sus propios senderos de crecimiento en una economía global en proceso de descarbonización. Si aprovechamos las capacidades de los países en desarrollo podemos acelerar la descarbonización global creando al mismo tiempo nuevas oportunidades de crecimiento para más países. Esto permitiría alcanzar más eficientemente objetivos climáticos cruciales y garantizaría que un porcentaje mayor de la población mundial se beneficie de la transición energética.