Ricardo Hausmann: Política industrial: ¿vitamina C o penicilina?
Los mercados que funcionan revelan información en toda la economía, ofrecen incentivos para crear valor
La vitamina C tal vez no sea particularmente efectiva a la hora de prevenir el resfrío común o tratar el cáncer, pero la falta de vitamina C puede causar escorbuto. Su consumo diario es esencial para una dieta saludable. Por el contrario, la penicilina cura infecciones bacterianas, aunque un uso excesivo puede producir gérmenes resistentes a las drogas.
Por lo tanto, solo se la debería ingerir cuando fuera absolutamente necesario. ¿La política industrial se parece más a la vitamina C o a la penicilina? Las infecciones representan fallas de mercado que muchos economistas tienden a ver más como excepción que como regla. Ellos dirían que dejar que el cuerpo se cure a sí mismo es mejor que intervenir. Sin embargo, las fallas de mercado son más generalizadas y genéricas.
Las empresas tienen pocos incentivos para capacitar a sus trabajadores e invertir en investigación y desarrollo (I+D) pues otras empresas podrían seducir a sus empleados y copiar sus ideas costosas. A la vez, puede ser difícil coordinar los insumos (electricidad, agua, movilidad, logística y seguridad) necesarios para hacer que una locación particular resulte adecuada para la manufactura.
En consecuencia se ha vuelto práctica común que el gobierno comparta costos de capacitación, subsidie la I+D mediante el sistema tributario y planifique zonas industriales. Al igual que la vitamina C, estas políticas intervencionistas son beneficiosas para muchas industrias y deberían ser recurrentes. La realidad, sin embargo, es más compleja: las fallas de mercado son endémicas pero también extremadamente heterogéneas y rara vez se las puede tratar con herramientas genéricas. Incluida la provisión de bienes públicos, crean desafíos para la información, incentivos y movilización de recursos que la política industrial debe superar.
Esto plantea el interrogante de quién diagnostica el problema y prescribe el curso de acción, y de si sus fuentes de información son adecuadas. Frente a esto, una mejor metáfora para la política industrial puede ser el sistema inmunológico del cuerpo, que protege contra diversos invasores mediante el uso de una red de detección altamente descentralizada para identificar amenazas y determinar cuándo es necesario actuar.
Al sacar provecho de su ‘memoria’ de infecciones previas, este sistema desarrolla anticuerpos para resolver el problema, y cada exposición a la enfermedad fortalece su capacidad. La política industrial implica una cooperación estrecha entre una amplia red de entidades públicas (ministerios de área, organismos de desarrollo económico, agencias de promoción de inversión y zonas económicas especiales) y actores del sector privado. Y, al igual que el sistema inmunológico, hay dos maneras en que la política industrial puede fallar: su respuesta puede ser demasiado débil o contraproducente, como sucede con los trastornos autoinmunes que atacan al organismo que supuestamente deben proteger.
La captura de políticas, la corrupción y las ineficiencias burocráticas pueden llevar a los gobiernos a exacerbar en lugar de resolver las fallas de mercado. El hecho de que la política industrial pueda resultar contraproducente no implica que los países deban evitarla. Aprender a aplicar estas intervenciones es tan importante para el buen funcionamiento de una economía como desarrollar una política educativa y sanitaria sólida; no hacerlo conllevaría un costo social inaceptable.