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Sigmar Gabriel y Peter Eitel: Europa y el orden mundial que viene

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En la búsqueda de la paz, la fortaleza militar y la apertura al diálogo son dos caras de una misma moneda

Los cambios radicales del presidente Donald Trump a la política exterior estadounidense llevaron a muchos a sospechar que tiene intención de alinear más a Estados Unidos con el presidente ruso Vladímir Putin a largo plazo. La expectativa ahora es que EE.UU., China y Rusia se repartan el mundo como hicieron los vencedores de la II Guerra Mundial en la Conferencia de Yalta de 1945. Al abandonar Trump el compromiso que por 80 años mantuvo EE.UU. de preservar un orden internacional basado en reglas y en el derecho, el mundo se encamina a una nueva era de la ley del más fuerte. 

Pero con su visión exclusivamente transaccional de la diplomacia, Trump renuncia al principal multiplicador de poder de EE.UU.: su capacidad para formar y liderar alianzas. La postura de Trump no es garantía de que vaya a buscar una relación particularmente estrecha con Putin o a expresar admiración por el presidente chino Xi Jinping. Trump se ha alejado de Europa. Quiere poner fin a la guerra en Ucrania y de ser posible, a toda la relación transatlántica. 

Y por ser un proyecto que otorga los mismos derechos a todos sus miembros, la Unión Europea se contradice con su visión del mundo. El cambio de estrategia estadounidense tiene profundas implicaciones para Europa. La retirada de EE.UU. deja un vacío de poder en un continente ya azotado por los intensos vientos cruzados de la competencia geopolítica. Trump piensa que abandonando Europa ha aliviado a EE.UU. de una carga, pero los rusos y los chinos comprenden mejor la situación, y están ansiosos por empezar a explotar la ruptura de la alianza transatlántica. 

En última instancia, Trump, Xi y Putin tratarán de dividir Europa, pero por motivos diferentes cada uno. Paradójicamente, ahora que el centro de gravedad del mundo se ha desplazado de la región euroatlántica a la indopacífica, Europa vuelve a ser el eje de la política mundial. La necesidad que tiene la UE de unanimidad la ha vuelto ineficaz y demasiado lenta para actuar por las diferencias entre sus estados miembros. Lo primero que hay que hacer es crear una nueva estructura de cooperación. La recién anunciada coalición de voluntarios para apoyar a Ucrania es un primer paso importante en la dirección de librarnos de la dependencia de EE.UU. 

Esta iniciativa incluye a países extracomunitarios y no la lidera la UE, sino Francia y el Reino Unido. Manteniendo el liderazgo de estos dos países (ambos potencias nucleares), hay que crear un consejo de seguridad provisional para instituir una unión europea de defensa en la que también participen Alemania, Polonia e Italia. Para que Europa sobreviva por sí sola es necesario hallar también nuevas fuentes de fortaleza económica, reducir la burocracia, crear condiciones atractivas para las empresas, fortalecer los incentivos a la innovación, investigación y desarrollo. A menos que consiga reunir los recursos necesarios para atraer a los mejores investigadores y a las empresas más innovadoras del mundo, no conseguirá el dinamismo que necesita. 

Y debe colaborar con sus vecinos del sur. Si en vez de eso se retira de la cooperación internacional y concentra sus recursos en tanques y granadas sólo lograría profundizar la contienda geopolítica de suma cero que debe tratar de navegar. En todo esto, cabe a Alemania un papel central. Merz entiende que el éxito del giro hacia Europa de Alemania depende de que su economía sea sólida y dinámica. Él y su futuro socio de coalición (el Partido Socialdemócrata) son muy conscientes de hasta qué punto el destino de Europa depende de que Alemania asuma su papel en promover la integración europea. También lo es el presidente francés Emmanuel Macron, que ya trabaja codo a codo con el gobierno alemán entrante.