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Reid Hoffman: Máximas para la era de la IA

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Naturalmente sentimos miedo cuando nos encontramos inicialmente con “el otro” o “lo nuevo”

Los debates sobre tecnología se han reducido cada vez más a marcadas dicotomías. La inteligencia artificial debe limitarse o acelerarse: tesis y antítesis, pero no síntesis. En lugar de elegir un bando, deberíamos considerar gritos de guerra alternativos que coloquen el foco donde corresponde: la humanidad.

Para ello propongo seis máximas. La primera es una famosa ocurrencia del general cartaginés Aníbal: “O encontraré un camino o lo crearé”. Dado que la IA aún se encuentra en una etapa muy temprana, apenas hemos arañado la superficie de su potencial. La IA puede ayudarnos a encontrar caminos que antes no podíamos ver y puede ayudarnos a crear otros nuevos mediante la fuerza de la creatividad humana. Herramientas como ChatGPT, Copilot y Pi se entrenan en material hecho por y sobre personas. Lejos de sustituirnos, nos amplían.

La segunda máxima es: “Somos símbolos y habitamos símbolos”. Así describió Ralph Waldo Emerson nuestro uso del lenguaje para comprender, explicar y dar forma al mundo. Los humanos siempre hemos dependido de herramientas, y eso es lo que son los símbolos. Nos permiten crear cosas que antes no existían y que no ocurren de forma natural. Consideremos el grifo, con cabeza y alas de águila y cuerpo de león. Es una creación humana que refleja alguna realidad que queremos ver en el mundo. Los humanos crearon grifos por razones exclusivamente humanas. La IA no es diferente.

La tercera máxima es construir catedrales, ya que éstas ennoblecen nuestros esfuerzos y convierten meros grupos de la humanidad en confraternidades. Las catedrales reales son algunas de las creaciones más impresionantes de la humanidad, por lo que es lógico que ahora nos refieramos a misiones como el alunizaje del Apolo como “proyectos de catedrales”. ¿Qué tan maravilloso sería si formaran parte de nuestra vida cotidiana como lo son las catedrales en las ciudades europeas?

Estos proyectos requieren muchas manos, trabajando en conjunto entre regiones, disciplinas y, a veces, incluso generaciones.

La cuarta máxima es que debemos correr pequeños riesgos para tener alguna esperanza de superar los grandes. En lugar de tratar de eliminar el riesgo por completo –lo cual es imposible– deberíamos acoger con agrado los desafíos que podrían traer fracaso, porque crean oportunidades para la iteración, la reflexión, el debate y la mejora continua. Recordemos la gran visión del economista Hyman Minsky sobre las crisis financieras. Vio que la “estabilidad” puede crear su propia forma de inestabilidad. Demasiadas salvaguardias en un sistema financiero pueden hacerlo más frágil, y la apariencia de seguridad significa que nadie estará preparado cuando colapse.

La quinta máxima es que la tecnología es lo que nos hace humanos. Si aceptamos la noción de que la IA es la antítesis de la tesis de la humanidad, anticiparemos un futuro de cyborgs mitad humanos, mitad máquinas. Pero en realidad no es así como funciona. La combinación de tesis y antítesis no conduce a una tosca mezcla, sino a una nueva tesis. Los dos evolucionan juntos y la síntesis resultante, en este caso, es un ser humano mejor.

La sexta y última máxima es que tenemos la obligación de hacer que el futuro sea mejor que el presente. Imagine un médico o tutor digital personalizado en el bolsillo de todos. ¿Cuáles son los costos de que eso suceda más tarde, en lugar de antes? La velocidad es una virtud cuando se trata de tecnología, dado su poder inigualable para mejorar vidas.

Todo el mundo debería preguntarse cómo sería una síntesis prometedora. ¿Qué pasaría si pudiéramos marcar el comienzo de una nueva era de florecimiento humano, en la que la investigación impulsada por la IA nos ayude a descubrir nuevas curas y aprovechar el poder de la fusión nuclear a tiempo para evitar las peores consecuencias del cambio climático? Es natural mirar hacia lo oscuro y desconocido y considerar todo lo que podría salir mal. Pero es necesario –y más esencialmente humano– considerar qué podría salir bien.