Tarata

El símil es inexacto, pues no se compara (aún) la fuerza destructiva de Tarata y todo lo que Sendero Luminoso representó
De Tarata a La Mariscal no hay mucha distancia, al parecer. A aquellos que conocen la historia les será difícil no evocar ese nombre a la luz de lo sucedido en Quito.
El 16 de julio de 1992, la ciudad de Lima, capital de Perú, fue sacudida por un acto de terrorismo que dejó una marca indeleble en la historia del país. Ese día, un coche bomba estalló en la calle Tarata, ubicada en el distrito de Miraflores, causando una devastación inimaginable y cobrando la vida de numerosas personas. Este ataque fue perpetrado por el Sendero Luminoso, un grupo guerrillero maoísta, y se convirtió en uno de los episodios más mortales en la lucha contra el terrorismo en Perú.
Para entender completamente el significado de este evento, es esencial analizar el contexto histórico en el que ocurrió. Sendero Luminoso, fundado por Abimael Guzmán en la década de 1980, buscaba derrocar al Gobierno peruano y establecer un régimen comunista radical. A lo largo de su existencia, el grupo llevó a cabo una brutal campaña de violencia que involucró asesinatos, secuestros y ataques indiscriminados, como el de Tarata.
El ataque a Tarata fue particularmente impactante debido a su ubicación en Miraflores, un distrito residencial y comercial en el corazón de Lima. Esto hizo que la población se sintiera vulnerable y generó una gran conmoción en el país. La explosión dejó un saldo de muertos y heridos, causando un dolor profundo en la sociedad peruana. La destrucción física también fue considerable, dañando edificios y negocios cercanos.
Sin embargo, el ataque a Tarata no solo dejó una marca en términos de pérdida de vidas y daños materiales; también tuvo un impacto significativo en la política y la sociedad peruana. Marcó un punto de inflexión en la lucha contra Sendero Luminoso, ya que intensificó los esfuerzos del Gobierno peruano y la comunidad internacional para combatir la amenaza terrorista.
El entonces presidente Alberto Fujimori aprovechó el ataque para fortalecer su posición y tomar medidas drásticas, como el autogolpe de 1992, en un intento de poner fin a la insurgencia.
Tarata generó un mayor apoyo público y cooperación con las fuerzas de seguridad por parte de la población peruana. La sociedad civil se movilizó para condenar el terrorismo y buscar soluciones a largo plazo para el conflicto. Los ciudadanos se convirtieron en una parte activa en la lucha contra Sendero Luminoso, proporcionando información vital a las autoridades y brindando su respaldo a las medidas antiterroristas.
El símil es inexacto, pues no se compara (aún) la fuerza destructiva de Tarata y todo lo que Sendero Luminoso representó con lo sucedido en Quito la semana pasada y lo que venimos viviendo día a día en el país entero.
Sin embargo debería servirnos para estar advertidos de hasta dónde podríamos llegar si no se aborda el problema de forma articulada y con una estrategia clara.
Con un análisis a la historia de nuestros países vecinos podemos vislumbrar el camino que nos lleve a evitar seguir los mismos pasos.
Resulta imprescindible la unidad y determinación en la lucha contra el terrorismo a través de una política de Estado que conlleve un trabajo conjunto que involucre a la sociedad civil, las fuerzas policiales, las Fuerzas Armadas, el Gobierno, la Función Judicial y la Legislativa.