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Jaime Izurieta | ¿Por qué escribir sobre ciudades?

Desde esta columna planteo cuestionar, incomodar y llamar a la reflexión sobre la manera en que vemos la ciudad

Al Di Meola es mi guitarrista de jazz favorito. De existir Spotify hace veinte años, una estación basada en sus interpretaciones de Piazzolla habrían sido la banda sonora de mi época universitaria, con la plaza de Guápulo de fondo.

Los humanos evaluamos nuestras vidas según la calidad de nuestros recuerdos. Los momentos que vivimos están marcados por las personas, lugares y sensaciones. Podríamos decir que nuestra vida es una película, y los lugares donde transcurre son los escenarios.

La arquitectura es ineludible. Está a cada paso de nuestras vidas, en todo lo que hacemos, porque define la forma, la escala y la calidad de los espacios que habitamos. El diseño determina la solidez, belleza y utilidad de las ciudades, así como de sus escuelas, oficinas, restaurantes, calles y plazas.

Nuestro cerebro, el mismo cazador recolector de hace cuarenta mil años, está hecho para conmoverse ante la belleza, evadir el peligro o defenderse ante la inminencia del conflicto. Nuestras ciudades fueron creadas a escala humana, comprensible, tangible; con materiales nobles y edificios amables, que nos hablan desde detalles y soluciones descubiertos a lo largo de siglos, luego de miles de intentos.

En nuestro diario vivir, turbado por la violencia, la corrupción, y por espacios y edificios inhumanos deliberadamente creados para oprimir, a veces es difícil comprender el espacio construido como una idea inspiradora.

“La arquitectura es música congelada”, decía Schopenhauer. Con idéntica capacidad que la de la música para elevar el espíritu y acercarnos a lo divino, la buena arquitectura manifestada en edificios, parques y ciudades, puede mejorar nuestras vidas, facilitar encuentros, inspirarnos para crear, construir y soñar.

Desde esta columna planteo cuestionar, incomodar y llamar a la reflexión sobre la manera en que vemos la ciudad y sus componentes: edificios, plazas, calles, espacios comerciales y culturales. Sobre todo, busco invitar al lector a mirar el entorno construido con esperanza y descubrir la belleza que la ciudad, el invento más grande del hombre, tiene para ofrecernos.