Humanidad deshumanizada
A más de uno le retumbará en la cabeza la penosa imagen de la frágil y desvalida mujer de la tercera edad que fue abandonada en una iglesia en el centro de Guayaquil, a plena luz del día
Las familias extendidas son una tradición que hoy en día poco se ve en Ecuador. Pero décadas atrás, bajo un mismo techo convivían padres, hermanos, tíos y los infaltables abuelos, que además de traer dosis extra de amor para los nietos, eran esos grandes conocedores que ayudaban con las tareas escolares de los niños. Su vasto conocimiento en historia, geografía, literatura y cultura general les daba el título de enciclopedias andantes y sus historias de viajes y aventuras eran temas seguros a la hora de la comida. El valor que los abuelos tenían dentro del hogar, el respeto y admiración hacia ellos, eran indiscutibles; su pelo blanco evocaba un mundo lleno de sabiduría.
Con el pasar de los años las cosas cambiaron y para ciertas familias los abuelos no significan más que una visita protocolaria los fines de semana, como si no merecieran más, como si las canas y el cansancio de sus cuerpos no obedecieran a las mil batallas que tuvieron que librar para sacar a su familia adelante, la misma que los hizo a un lado por estar ya viejos.
Perder la fe en la humanidad hoy no es muy difícil, basta con prender la televisión a la hora del noticiero para ver violencia, discriminación y falta de sentido común. A más de uno le retumbará en la cabeza la penosa imagen de la frágil y desvalida mujer de la tercera edad que fue abandonada en una iglesia en el centro de Guayaquil, a plena luz del día. Tuvo que pasar toda una tarde para que alguien se percatara de su existencia y de su deshumanizado abandono, y recibir la ayuda necesaria. Que exista una ley del adulto mayor, que responsabilice a las familias de cubrir sus necesidades básicas trae más decepción que tranquilidad, porque ahora son obligados a cuidar a un ser que posiblemente vean como una carga, cuando años atrás los abuelos eran seres sagrados y considerados los reyes del hogar.
Vivimos en una sociedad mercantilizada donde valemos lo que producimos monetariamente y en ese mundo envejecer es un pecado. Hemos perdido la empatía con esos seres excepcionales que lo dieron todo por nosotros, como si en algún momento de nuestra existencia terrenal no fuésemos a llegar a esa edad y estado de vulnerabilidad; esa etapa con metas y sueños cumplidos que antes llamábamos edad dorada y que hoy solo significa decadencia.