Una pesadilla sin fin
No nos quedó otra que resurgir como el ave Fénix, aun si ver la luz al final del túnel, porque el mundo no es de quien lo llora sino de quien lo lucha. El mal sueño aún no termina
Hoy hace dos años los ecuatorianos entramos en pánico colectivo. Nunca antes habíamos tenido tanto miedo, el coronavirus había llegado para revolucionar (de mala manera) nuestras vidas. El bicho rápidamente se esparció entre nosotros sin importar el estado de excepción decretado por el Gobierno, con estrictos toques de queda que obligaron a todo un pueblo a permanecer encerrado bajo mil llaves, pero con una necesidad imperiosa de salir a las calles a buscar el pan diario.
De repente nos convertimos en noticia internacional por la crisis sanitaria generada por la pandemia. El sistema de salud colapsó a las pocas semanas de haber comenzado la pesadilla del coronavirus y las imágenes de muertos dejados a la buena de Dios en calles y aceras, por la falta de capacidad de servicios forenses y servicios funerarios, recorrieron el mundo. Pero no se trataba solamente de Ecuador, es que el mundo entero se había infectado en un abrir y cerrar de ojos y nadie estaba preparado para recibir tanta mortandad.
La incertidumbre se apoderó de nuestras vidas, el coronavirus nos respiraba en la nuca y teníamos que aprender a convivir con eso.
Nuestras vidas cambiaron en su totalidad; la mascarilla, el alcohol y el distanciamiento social se volvieron parte de nuestra cotidianidad y también la virtualidad, que llegó a nuestros hogares, y a través de los ordenadores tocó trabajar, estudiar y hasta comprar medicinas y víveres, una buena opción para quienes contaban con herramientas y plataformas virtuales. Pero quienes no pudieron acceder a este tipo de plataformas se la vieron color de hormiga y sobrevivieron como pudieron.
Hoy hace dos años fue el principio de una pesadilla sin fin, porque la pandemia no se llevaba solamente a nuestros seres queridos sino también las pocas monedas que nos quedaban para sobrevivir, porque aún encerrados nos tocaba comer y pagar servicios básicos.
Ahora tratamos de levantarnos, sacudirnos el polvo y seguir adelante porque “barco varado no gana flete” y la comida no cae del cielo. No nos quedó otra que resurgir como el ave Fénix, aun si ver la luz al final del túnel, porque el mundo no es de quien lo llora sino de quien lo lucha. El mal sueño aún no termina.