Fernando Insua Romero | Efecto Peltzman
Es crucial abandonar la idea de que somos ‘especiales’ o ‘bendecidos’
El Efecto Peltzman, desarrollado por el economista judío estadounidense Sam Peltzman, describe cómo las medidas destinadas a mejorar la seguridad pueden generar comportamientos compensatorios que contrarrestan sus beneficios. Un ejemplo cotidiano sería el uso del cinturón de seguridad: al sentirse protegido, el conductor podría manejar más rápido, aumentando otros riesgos. Este fenómeno, identificado no solo en la regulación automotriz, fue aplicado en diversas áreas, incluida la política.
En Ecuador existe una percepción autoimpuesta de ‘seguridad histórica’ frente a dictaduras sangrientas o guerras civiles. Comparados con regímenes como el de Videla en Argentina o Stroessner en Paraguay, recordamos con indulgencia a un Rodríguez Lara, apodado ‘Bombita’, incluso con cierto cariño. Sin embargo, esta narrativa alimenta una peligrosa complacencia. La normalización de la inseguridad actual era impensable hace décadas, pero tras años de permitir desde la política y el espectáculo el ingreso de la narcocultura, ahora se tolera como parte del día a día. Del mismo modo, seguimos creyendo que estamos ’alejados’ de extremos históricos como guerras civiles, dictaduras sangrientas o regímenes autoritarios permanentes porque nuestra historia ha estado exenta de estos eventos en la magnitud que nuestro continente ha experimentado.
Esa mentalidad que alguna vez nos definió como una ‘isla de paz’ relajó nuestras instituciones y permitió la entrada del terrorismo, con resultados desastrosos. Al igual que en el Efecto Peltzman, la confianza excesiva en nuestras características históricas puede tener consecuencias inesperadas, revelando la fragilidad de nuestro sistema político.
Es crucial abandonar la idea de que somos ‘especiales’ o ‘bendecidos’. Este pensamiento no solo es irreal, sino peligroso. Otras naciones más estables han sucumbido a guerras civiles traumáticas, dictaduras sangrientas o regímenes de partido único perpetuados en el poder. Debemos despojarnos de esta imagen romántica, religiosa y mesiánica y trabajar por construir verdaderas fortalezas institucionales. La ‘isla de paz’ no existe, está muerta y la matamos nosotros. Lo que queda es un camino arduo, donde la supervivencia de nuestro Estado y nuestros hogares depende de asumir la responsabilidad colectiva de salir adelante. Solo nos queda un camino y es el de avanzar con nuestros propios pies. Y los métodos… …bueno los métodos serán algo a discutir mas adelante y que la historia sea la que juzgue.