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Fernando Insua | Día del Migrante Ecuatoriano

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Antes emigrar significaba la esperanza de volver algún día

“Adiós, tierra, tierra mía, triste valle, alegre colina…”. Así empieza el lamento del emigrante en versos de Rafael Alberti, resonando con la nostalgia y desarraigo que marcan a quienes dejan su patria. En Ecuador la migración masiva no es nueva, pero sigue siendo una herida abierta que cuando la creemos cicatrizada vuelve a abrirse con fuerza. En 1999 la crisis económica y el feriado bancario devastaron al país. Miles huyeron, empujados por el colapso económico. Familias enteras se rompieron, hijos quedaron a cargo incluso de vecinos mientras los padres emigraban. ¿Cuántos abusos ocurrieron? Maletas cargadas de sueños rotos se llevaron vidas enteras. Hoy ese trauma resurge: el éxodo de compatriotas vuelve a nuestro paisaje social.

El flujo migratorio actual responde a nuevas urgencias: inseguridad, desempleo y un futuro cada vez más incierto. Antes emigrar significaba la esperanza de volver algún día. Hoy la situación parece una lotería; aunque estés bien económicamente, un acto de violencia puede trastocar tu vida. Muchos parten como refugiados de la inseguridad, emigran sin haberlo planeado. Otros se cansan de un país enredado en luchas políticas, caprichos y desmantelamiento de los servicios públicos. Entre 2021 y 2024 más de 400.000 ecuatorianos se llevaron sus raíces, y el talento y la esperanza que Ecuador necesita para su reconstrucción económica, social e institucional. El fenómeno empobrece al país en términos económicos y sociales; y deja marcas profundas en quienes parten y en quienes se quedan. La desconexión con una sociedad estancada y la percepción de tener autoridades por años incapaces de tomar medidas contundentes, alimenta un sentimiento de abandono colectivo donde gran parte del país trabaja para que un reducido sector de la población cumpla sus sueños de poder y dinero sin recibir un mínimo de garantía de seguridad y bienestar.

Si no enfrentamos esta crisis con políticas claras y efectivas, corremos el riesgo de repetir ciclos de emigración y empobrecimiento. Alberti escribió: “¡Qué altos vais quedando, cielos, y qué pequeño y herido!”. Ese herido podría ser Ecuador, viendo a sus hijos partir mientras intenta sin éxito detener el desangre de su alma. La solución demanda unidad, liderazgo y acción inmediata.