Fernando Insua: ‘Diktatur’
Al final, esos regímenes caen, pero dejan un rastro de desinformación y caos
Hace unos días conmemoramos la caída del Muro de Berlín, evento que marcó el colapso de los regímenes comunistas de Europa del Este y, poco después, el fin de la URSS. No debatiremos si ese día significó el “fin de la historia”, como profetizó Fukuyama; la realidad demostró lo contrario. El mundo necesita opuestos para funcionar; cuando no existen, se inventan.
Recordemos a la extinta República Democrática Alemana (RDA) creadora de aquel muro, democrática solo de nombre. Había más luz en mi casa durante un apagón que democracia en ese Estado. La RDA, con su célebre Stasi, la ‘mejor’ policía represiva del mundo, se dedicaba a desestabilizar democracias occidentales mientras usaba eufemismos para sus fechorías.
Para algunos liberales actuales puede ser tentador comparar estas dictaduras con el ‘aterrador’ imperio ‘yankee’, pero las diferencias en libertades son tan grandes como comparar una cárcel con un parque. Un ejemplo de las tácticas de la RDA es el Mayo del 68 alemán. Inspirados por sus pares franceses, jóvenes en Alemania Occidental salieron a las calles protestando contra “los males de Occidente”: el capitalismo y la Guerra de Vietnam.
Creían estar luchando por la libertad, en especial tras el asesinato en 1967 del estudiante Benno Ohnesorg en una protesta contra la visita del sha de Irán, acto que combustionó las protestas. Pero, ¡sorpresa!, décadas más tarde, tras la caída del Muro, se reveló que el asesino no era un simple agente de la “tiránica policía capitalista”, como decían los estudiantes, sino Karl-Heinz Kurrassino, espía de la Stasi.
Muchas protestas promovidas por la Federación Alemana de Estudiantes Socialistas sirvieron más a los intereses de la RDA que a los ideales de libertad y le hicieron flaco favor en la imagen internacional a los ‘revolucionarios iraníes’, que terminaron creando una dictadura mucho peor que la del sha. Así que, cuando se trata de desestabilizar, las dictaduras socialistas saben jugar sus cartas. Manipulan los deseos legítimos de justicia social de la juventud, demostrando que incluso los movimientos más nobles pueden ser instrumentalizados por oscuros intereses. Al final, esos regímenes caen, pero dejan un rastro de desinformación y caos.