Fernando Insua: Las espías de Octubre
La ciudad, 204 años después, necesita más que nunca de su ejemplo para emprender nuevas gestas
Detrás de la gesta de independencia hubo manos que ayudaron a dar inicio a la trama de la libertad. En la Guayaquil de 1820 estas manos eran femeninas, con mentes vibrantes y subversivas, que se movían entre los salones y tertulias, organizando una red de información como hilos de un complejo entramado de espionaje que sellaría la independencia de la urbe y su vasta región de influencia.
El 1 de octubre de 1820, Ana Garaicoa de Villamil organizó un baile que pasó a la historia como escenario secreto donde se consolidó la promesa de la Fragua de Vulcano. Lejos de ser un simple evento social, esta reunión permitió a los patriotas acordar las últimas estrategias para el levantamiento del 9 de Octubre. Ana, con respaldo de su hermana, Manuela Garaicoa de Calderón, demostró que la militancia patriótica no tenía género: era una causa abierta a quien quisiera defenderla. La destreza con que ambas resolvieron conflictos y facilitaron decisiones críticas fue fundamental para el éxito del levantamiento. Rosa Campuzano, por su parte, aprovechó su posición en la alta sociedad para actuar como espía e informante. Moviéndose con astucia entre los círculos realistas y los revolucionarios, recopilaba datos que permitían anticipar los movimientos de las tropas enemigas y coordinar acciones con los patriotas. Del mismo modo, Isabelita Morlás y Tinoco, usando tertulias sociales como fachada, recogía información valiosa que transmitía al coronel León de Febres Cordero. Estas mujeres, junto a otras valientes como Francisca Gorrichátegui y Josefa Rocafuerte de Lamar, fueron testigos y arquitectas de la historia. Su red de espionaje -la primera de la naciente Provincia Libre- fue decisiva para engañar a los realistas y asegurar que Guayaquil amaneciera independiente aquel 9 de Octubre de 1820. Que sus nombres resuenen hoy como las verdaderas espías de Octubre, almas indivisibles de la memoria de la independencia. La ciudad, 204 años después, necesita más que nunca de su ejemplo para emprender nuevas gestas, porque hay enemigos modernos y desafíos renovados a enfrentar. Convertir sus nombres en meros ‘souvenirs’ históricos sin imitar su valentía sería una afrenta a su memoria. ¡Viva Guayaquil!