Fernando Insua: La nostalgia del 84

Extrañamos el instinto de una época en la que la política tenía corazón
León fuma su cigarro, mira fijamente a Borja y le dice: “Míreme a los ojos, no me baje la mirada”. Borja con su inteligencia no deja de responder. Allí, en ese set oscuro donde solo había un moderador y dos hombres hechos a sí mismos peleando una presidencia con opciones de llegar empatados, se dio el debate que no era entre David y Goliat: era un debate entre dos Goliats.
Un hombre que limpió el país del terrorismo y reorganizó el municipio de Guayaquil años después. Y el otro, un hombre que siguió la estructura de un intelectual de izquierdas, y que con su propia mano escribió la Enciclopedia Política del Ecuador y terminó sin contratiempos una presidencia años después.
Recordamos el debate con nostalgia, pero tal vez pecamos al idealizar aquel mítico encuentro de 1984, conducido por el periodista Alejandro Carrión, quien, luego de aproximadamente 240 insultos de ambas partes, llegó a temer que los candidatos se fueron a los golpes, cosa que llegó a manifestar públicamente.
Pero si se insultaron tanto, ¿por qué extrañamos entonces aquel enfrentamiento mítico? No hay debate -desde que son obligatorios allá por el 2020- en que no sintamos nostalgia de aquel día. Primero, porque sabemos que en ninguna parte del mundo los debates están exentos de alguna porra o pulla. Pero como el tono hace la canción, no es lo mismo ver a un León y a un Borja discutir, que ver a una candidata aceptar un apodo mafioso basado en los Muppets, o ver cómo se intenta ridiculizar una supuesta patología neurológica de su oponente.
No idealizamos a Borja y a León. Lo que pasa es que recordamos la época en que las peleas eran reales y los discursos -para bien o para mal- nacían del hígado, no de un oscuro equipo de asesores. Hoy parece que los candidatos leen un guion, y para colmo, el segmento de “responder sí o no” parece sacado de ¿Quién quiere ser millonario?, solo que esta vez no gana nadie.
En fin, no es que idealizamos una época: simplemente extrañamos el momento en que las cosas tenían más alma. Extrañamos el instinto de una época en la que la política tenía corazón.