Fernando Insua: Orden antes que ideales
Debemos enfrentar una verdad incómoda: la mano dura contra organizaciones criminales es imprescindible
En Ecuador la inseguridad se ha convertido en un flagelo que no distingue jerarquías ni territorios. Desde la campaña presidencial, el mensaje ha sido claro: la violencia y el crimen organizado son enemigos prioritarios. Pero la realidad es que incluso con un presidente que prometió combatir la inseguridad, muchos gobiernos seccionales están arrinconados por las bandas. Alcaldes y prefectos en lugar de centrarse en el desarrollo de sus comunidades destinan esfuerzos a proteger sus propias vidas y a mantener el control de zonas asediadas por el narcotráfico y la delincuencia. En este contexto resulta pertinente recordar el pensamiento de Rousseau, quien sostenía que libertad e igualdad son pilares fundamentales del contrato social. No obstante, reconocía que la construcción de una república virtuosa exige condiciones básicas: orden y seguridad. ¿Cómo pueden florecer los valores republicanos si el Estado es incapaz de garantizar la paz en las calles? Robespierre durante la Revolución francesa planteó una idea similar: no se puede instaurar la virtud republicana en medio del caos. Para él, el orden era la base desde la cual los ciudadanos podían ejercer su libertad. Aplicado a nuestro contexto, resulta inútil hablar de educación cívica, justicia social o respeto mutuo si los ciudadanos temen salir de sus casas o si los criminales controlan sectores enteros de nuestras ciudades.
Debemos enfrentar una verdad incómoda: la mano dura contra organizaciones criminales es imprescindible. La pacificación de las calles es el primer paso hacia la construcción de un Estado verdaderamente republicano. Pensar en valores elevados sin antes garantizar seguridad es construir castillos en el aire. Como ciudadanos tenemos la responsabilidad de exigir políticas efectivas y coherentes. No basta con discursos de campaña que exalten ideales democráticos. Jugar al demócrata es fácil si se hace desde una oficina cómoda en algún organismo internacional, deseando que Estados que necesitan salir del caos sigan recetas de naciones que no han pasado tales trastornos. Solo con un Estado que recupere el control se podrá cimentar una sociedad justa, donde la virtud y la libertad dejen de ser meros ideales y se conviertan en realidades tangibles.