Fernando Insua: Los renglones torcidos de Dios

La decisión de Fujimori fue inconstitucional: disolvió el Congreso, intervino el Poder Judicial y gobernó con militares
El 5 de abril se cumplieron 33 años del autogolpe de Alberto Fujimori en Perú. A veces, conocer la historia de nuestros vecinos ayuda a entender mejor la nuestra y a leer con más claridad los contextos políticos de la región.
En 1992 Perú estaba sumido en una crisis múltiple: el terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA asolaban al país con coches bomba, asesinatos selectivos y control territorial. Sendero, dirigido por Abimael Guzmán, un exprofesor universitario convertido en líder maoísta fanático, había desafiado al Estado desde los años 80, dejando miles de muertos y sembrando el miedo. A eso se sumaba la inflación heredada del gobierno anterior, que había pulverizado los salarios, mientras la delincuencia y la corrupción minaban la confianza ciudadana. Fujimori llevaba apenas un año y 8 meses en el poder y aseguraba que no podía avanzar por culpa de un Congreso que bloqueaba sistemáticamente sus reformas. Los partidos que lo enfrentaban eran tres: el APRA, con fuerte presencia tras el gobierno de Alan García; Fredemo, el frente liberal liderado por Mario Vargas Llosa, y la Izquierda Unida, crítica del modelo económico y del uso militar interno.
La decisión de Fujimori fue inconstitucional: disolvió el Congreso, intervino el Poder Judicial y gobernó con respaldo militar. Fue un acto antidemocrático, pero recibió apoyo popular. Lo que vino después no puede ignorarse: en septiembre de ese año fue capturado Guzmán, se desarticuló la cúpula terrorista, se reformó el sistema de inteligencia y seguridad del Estado -poniéndolo bajo control directo del Ejecutivo- y se implementó una política económica ortodoxa que estabilizó al país. Se creó el nuevo sol, una moneda sólida que, con los años, se convirtió en una de las más estables de América Latina. También se aprobó una nueva Constitución que permitió la reelección. Fujimori fue luego condenado por crímenes de lesa humanidad y corrupción, no supo cuándo dejar el poder y se embelesó en él, Pero el dilema persiste: ¿puede la eficacia justificar el quiebre de la democracia? Tal vez no haya respuesta simple, pero hay naciones que han tenido que escribir recto en líneas torcidas para poder enderezar su historia.