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Fernando Insua: ‘Todes’

Avatar del Fernando Insua Romero

Nuestro hermoso idioma castellano viene de la lengua ‘vulgar’ del latín ‘no culto’ hablado por los pueblos de Hispania

Los idiomas se comportan como los seres vivos: nacen, crecen, se multiplican y desaparecen. No son inmutables en el tiempo y es esta máxima, enseñada por mis abuelos, la que despertó en mí una curiosidad hacia la historia de los idiomas y todo lo que esto encierra. 

Imaginen que colocamos todos los textos escritos por los egipcios en orden cronológico, desde los primeros textos hacia fines del cuarto milenio antes de nuestra era, pasando por el egipcio de Ramsés, Cleopatra y la lengua copta, que aún se usa hoy en día en la liturgia de los cristianos de aquella maravillosa parte del mundo. 

Veríamos cómo año tras año, generación tras generación, la lengua de aquellas cartas va cambiando a tal nivel que un hablante de egipcio antiguo no entendería a un hablante de egipcio medio, y peor aún a un hablante de copto. 

Es egipcio, pero han pasado tantos cambios y siglos que se las suele llamar lenguas egipcias en vez de verlas como una sola. Lo mismo pasa con el hebreo, el griego y todos los idiomas del planeta. Aunque crea que, por fe o costumbres, su idioma favorito es inmutable en el tiempo, no es así. 

Incluso el latín de la liturgia católica no es el mismo latín medieval ni el latín de Cicerón. Las lenguas están vivas, y la historia ha demostrado que, por más que se mantenga una lengua antigua de prestigio para la ciencia y la literatura, este artificio solo dura unos siglos. Basta ver la opinión del propio Nebrija, padre de la gramática castellana, quien sostenía que la teoría del ‘corruptio linguae’ no era algo malo. 

Los idiomas mutaban por las influencias políticas, culturales, sociales y de contacto con otros pueblos. Nuestro hermoso idioma castellano viene de la lengua ‘vulgar’ del latín ‘no culto’ hablado por los pueblos de Hispania. Que un grupo humano escoja una manera de emplear el idioma para sentirse cómodo e identificado, está bien; lo malo es imponer un punto de vista a los demás. Así que si yo digo “todos” y alguien dice “todes”, no le veo lo malo. Tal vez en 500 años, cuando dejemos de pelear por tonterías, esa sea la norma de prestigio del hipotético ‘neoespañol’. ¡Quién sabe, la historia da sorpresas!