Fernando Insua Romero | Sueños presidenciales
Somos los votantes los que tenemos que evaluar los perfiles y filtrar
Candidatos y carteles extravagantes, movimientos armados de último momento, masiva cantidad de aspirantes presidenciales, populismo, radicalismo, ridículos, desnudos y palabrotas. ¿Quieren saber dónde se ve esto? Aunque no lo crean no hablo de Ecuador. Esto que les describo se ve en las elecciones de países desarrollados. Solo para citar un ejemplo reciente: en Tokio, megalópolis cosmopolita y capital del todopoderoso y ordenado Japón, hubo 54 candidatos en la última elección para la gobernación de este año. El proceso implicó insultos, desnudos en la televisión pública (allí no les dan dinero para las campañas), peleas y situaciones ridículas. En Estados Unidos, en 2020 hubo más de 1.200 candidatos que presentaron sus formularios para postularse. Aunque solo unos pocos candidatos de los principales partidos tenían posibilidades reales de ganar, el número total de registrados fue astronómico. En Francia es común que la cifra de candidatos supere los 12. En Suiza, civilizada, ordenada y pacífica, la responsabilidad del gobierno no recae sobre un individuo, sino sobre siete. Juntos conforman el Consejo Federal (el presidente de la Confederación es, simplemente, un representante del país, pues este no tiene más atribuciones que los demás siete miembros del Consejo), que gobierna de manera colectiva; y son elegidos por un parlamento de 200 miembros (Suiza tiene menos de la mitad de la población de Ecuador, y en territorio, Ecuador es seis veces más grande). Así que ya se imaginarán cuántos candidatos hay para elegir a ese parlamento.
En fin, el problema no es el número de candidatos o si son muchos o pocos asambleístas. El problema gira en torno a cómo votamos como ciudadanos y qué exigimos al sistema: tener que pagar las campañas de los candidatos, el transfuguismo político, la corrupción y permitir, como votantes, tonterías que hacen que candidatos sin ideas o estructuras suban al poder. Eso es netamente nuestra responsabilidad. Cada quien tiene derecho a elegir y ser elegido. Somos los votantes los que tenemos que evaluar los perfiles y filtrar. Eso sí: que las aventuras electorales se las paguen solos o con aportes de sus seguidores, no con nuestros impuestos.